Por Eduardo Rodríguez Solís
Él
se llamaba Minimán. Tenía una altura de ocho pulgadas. Tenía dieciséis dedos en
total… Cuatro en cada mano, como si fuera pariente de Mickey Mouse.
Un
día, un tío que le gustaba subir a las montañas, le regaló una pluma bic, round
stic, seca, sin tinta. Esa pluma inservible servía de estaca o bastón, y debía
utilizarse en largas caminatas. La punta de la pluma era arma para defenderse
de los ataques de gatos, perros y pájaros azules.
Entonces, cuando caminaba Minimán, llevando su estaca, parecía un
samurai japonés. Iba seguro, subiendo y bajando montañas, apoyándose siempre en
su largo bastón.
Un
día, su monótona existencia tuvo un interesante descalabro. Atrás de un viejo
árbol encontró una caja de cartón. Ahí dentro estaba una tortuga dorada, de
sólida cerámica.
En
la parte de abajo había una etiqueta con un texto que decía “si me tocas tres
veces, el mundo cambia”.
Siguió Minimán las instrucciones y el día se volvió noche. Luego,
repitió la rutina, y la noche se volvió día.
Minimán,
admirado por los acontecimientos, corrió con su estaca y su tortuga dorada
hasta la cima de una montaña. Desde ahí, observó bien el paisaje que era verde
y lleno de árboles frutales, y tocó tres veces a la tortuga mágica.
Entonces el paisaje cambió y se volvió todo seco y sin árboles… Volvió a
repetir la rutina, y la grandiosidad de lo verde, con sus árboles frutales,
volvió a aparecer.
Un
poco cansado, se fue hasta el pueblo de los enanos, y se sentó en las escaleras
de un tendajón. Apoyó su estaca en un poste y puso la tortuga dorada a la
vista.
Un
hombre elegante (también enano), que parecía el dueño del universo, y que
vestía con sedas finas y traía muchos diamantes en anillos de playa y oro, le
preguntó si vendía su bastón y su Tortuga.
Minimán supo que ese hombre elegante era un Rajá del lejano país
Chururú. Tenía un palacio con treinta y cinco torres, y un harem de más de cien
mujeres.
Como el Rajá insistió con su pregunta, Minimán dijo que él no vendía
nada, y que si lo hacía, pediría veinte guineas por su estaca y trescientas
guineas por tu tortuga.
Entonces
el Rajá se carcajeó y dijo: “Estás más loco que una cabra”.
Minimán se levantó y tomó su estaca y su tortuga dorada. Y se fue
caminando hasta llegar a la orilla de un río.
Ahí, desnudó sus pies y quiso lavarse sus ocho dedos. Luego, metió sus
manos a la frescura de las aguas. Y en esas estaba, cuando un gato siamés, enorme,
saltó y se puso cerca de su tortuga dorada.
--Sácate de aquí –dijo Minimán, y quiso pinchar al gato con la punta de
su bastón.
El
gato siamés tiró varias tarascadas, y volaron por ahí fragmentos de filosas
garras… Y Minimán siguió atacando al gato siamés con su pluma bic, y aquel hijo
de tigre se fue, maullando en tonos de descontento.
Minimán dejó el río y se puso sus botas, y se fue con su estaca y su
tortuga mágica.
Llegó a su casa, y ahí lo estaba esperando el Rajá de Chururú.
Uno
de los criados del Rajá abrió un cofre lleno de diamantes.
--Todo esto es tuyo, a cambio de tu bastón y tu tortuga –dijo el Rajá.
Minimán no dijo nada. Sólo tomó una escoba y se puso en guardia, como si
fuera un auténtico samurai.
--Voy a contar hasta tres, y si sigues aquí, te agarro a escobazos –dijo
Minimán.
Y
el Rajá y su larga comitiva se fueron por donde llegaron…
Decepcionado y triste, el Rajá de Chururú, iba tirando diamantes, como
si fueran pétalos de margaritas… Y el camino se iba volviendo sendero de luces
de colores…
Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros
de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester,
del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales
por Banderitas de papel picado, Sobre los orígenes del hombre, Doncella
vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su
cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al
cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las
ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en
Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)
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