Por Eduardo Rodríguez Solís
Un sábado, el león, que se
creía el rey de la selva, se levantó al canto de los gallos, y se imaginó que
se ponía un traje de charro mexicano. Esta vestimenta tenía botones con la
bandera de México: verde, blanco y rojo.
También se hizo ilusiones de
que del cielo le caía una guitarra muy brillante, que tenía muchos listones
verde, blanco y rojo.
Ya disfrazado como buen charro
mexicano, el león se salió de su escondrijo y se fue caminando entre los
árboles.
Todos los animales (ardillas,
conejos y demás) lo vieron pasar y lo siguieron en su camino.
De pronto, un búho que estaba
trepado en una rama de un árbol milenario, le preguntó:
--Eh, tú, león que te crees el
rey de la selva, ¿sabes cantar canciones mexicanas?
El león sacó de no sé dónde un
cancionero, y dijo que todas las canciones que estaban ahí, en ese viejo libro,
se las sabía al derecho y al revés.
Como nadie dijo nada, el león
tomó su guitarra y se puso a sacar de ella bonitos sonidos.
Tomó aire y cantó una hermosa
balada que hablaba de una muchacha que iba todos los días a donde caía una
cascada de aguas transparentes.
Cuando el león terminó su
canción, le dio a cada uno de los animales que lo escucharon, una banderita
mexicana verde, blanco y rojo.
Entre los árboles,
extrañamente, estaba una leona que se había escapado de un circo. Alrededor de
su cuello tenía un collar dorado y entre sus orejas llevaba un sombrero rojo
con una flor amarilla.
Años después de esta ensoñación
vivida por el león, el señor búho nos dijo que la leona del circo se volvió la
esposa del rey de la selva, y que tuvieron dos hijos (macho y hembra), que
siempre se distinguieron por tener una buena educación.
El macho se volvió muy aficionado a la
literatura y, con el tiempo, llegó a ser finalista del Premio Nobel de
Literatura, de los animales… La hembra, se hizo una perfecta danzarina y pudo
incorporarse como prima-dona en los ballets “atigrados-aleonados” de
Montecarlo, la Habana y París.
El padre y la madre de estos
artistas hicieron su retiro en una cueva que estaba más arriba de las primeras
nubes.
El padre-león le cantó siempre
bonitas canciones a la madre-leona. Esta costumbre diaria hizo que el amor que
se profesaban se volviera un elixir que se explayó por todo el planeta.
Por eso se recomienda aquí la
adquisición de un cancionero mexicano. Ahí, y sólo ahí, está la solución que
borra tristezas y sinsabores.
Eduardo Rodríguez Solís (D.F.)
ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la
revista Mester, del Taller de Juan
José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre
los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido
premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho.
Su obra de teatro Las ondas de la Catrina
ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York.
Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)
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