Por Eduardo Rodríguez Solís
Hoy en la mañana me fui a
Walmart a comprar algunas chácharas (esta palabra del lenguaje coloquial de la
ciudad de México quiere decir “cosas, cachivaches, baratijas”). Al final,
busqué un CD de un grupo llamado Il Volo. Me ayudó una dependienta muy linda.
Me fijé bien que el CD contuviera “Historia de un amor”, canción que alguna vez
grabó Antonio Prieto.
Il Volo es un trío de muchachos
que está teniendo mucho éxito. La agradable dependienta me dijo “esos muchachos
son preciosos”. En el grupo está un jovenzazo que estaba muy gordo y que
parecía luchador japonés de Sumo. Este joven bajó ya muchas libras y ahora
tiene perfil de bailarín de ballet.
Cuando me salí del supermercado
y ya casi me subía a mi truck rojo, observé a un hombre que fumaba un
cigarillo. Disfrutaba profundamente del tabaco. Luego vino el final de ese deleite
y puso la colilla del cigarillo entre su pulgar y el tercer dedo de su mano
derecha. Y estando la catapulta lista, pum, arrojó el proyectil hacia la calle.
Yo me puse a pensar en la
montaña de colillas de cigarillo que se hace con la basura de los fumadores de
la ciudad de Houston. (En un mes se puede levantar un volcán.)
Luego pensé en un proyecto
sabatino que hicieron los miembros de una asociación de colonos de esta ciudad.
Todos con chaleco amarillo, se pusieron a recoger basura a lo largo de una
avenida. Juntaron botes vacíos de refrescos, envolturas de dulces y otras
chácharas. Laboraron varias horas y terminaron muy cansados, pero con la
sonrisa plena por la labor realizada.
Pensé también que primero se
debe persuadir a la gente para no tirar basura.
Y recordé bien que en
California, si un policía te ve tirar a la calle la envoltura de unos dulces, o
de lo que sea, te ponen una multa.
Cuando llegué a la casa escuché
el CD de esos jóvenes cantantes. Son muy buenos. Son como un oasis en un
desierto inmenso donde los sonidos destrozan tímpanos.
Mientras escuchaba esta bella
música, imaginé que muchos fumadores de cigarillos del planeta entero, hacen
muchas veces sus catapultas con sus dedos para arrojar los despojos de su vicio
adorado.
¿Por qué no se los comen?
Pero es difícil enseñar buenas
maneras a estos amantes del tabaco. Mientras manejan, sus autos se consumen en
el cigarrillo, y cuando la ceniza ha ocupado todo el espacio, abren la
ventanilla para arrojarla. No la echan en el cenicero de su carro, porque el
auto hay que cuidarlo, porque el auto es la vida, y la vida tiene que estar
limpia.
La ceniza hay que arrojarla a
las calles. Dicen que es poquita basura, que apenas se nota en la contaminada
ciudad. Bueno, eso dicen ellos.
Eduardo Rodríguez Solís
(D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de
la revista Mester, del Taller de Juan
José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre
los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido
premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho.
Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en
muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en
Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)
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