Por Nara Mansur
De su poemario Un ejercicio al aire libre (2004)
Escribo una carta sobre mi piel, una especie de tatuaje
inocuo por donde se filtra mi mejor mirada, la más tolerante, la más dulce, la
de los ojos con vocación de aprendizaje.
Es raro tener tiempo sólo para mí, planchar en la blandura
del almidón, en la afirmación, que sí, que sí, que sí, cuando es no: un no del
tamaño de mi casa.
Es raro acceder a mis sueños y asumir esto como
cotidianidad, el sexo como cotidianidad, la frutabomba-mamey, el sueño
desolado.
Preparo una maleta, el equipaje para dos meses de lejanía,
como si esperara el objeto sin nombre y el más deseado, como si la ropa, los
zapatos, el talco, cambiaran de color, de sustancia. Y convirtieran mi viaje en
otra autobiografía, menos decente, en la que subo una montaña y me araño las
manos y sangro y nadie me espera, pero tampoco lloro.
Hablo con mi madre, la acaricio poco. Hablo con casi todos
los que amo más en mi imaginación que en la realidad. Hablo lo que hablan,
repito los timbres, edito las voces múltiples en una cinta verde, satinada, que
uso como pañuelo, que cubre mi garganta. Siempre mi madre dirige el concierto;
pienso en la palabra poder en la que casi nunca pienso.
Abro la boca, saco la lengua, recuerdo que Marcos me dijo:
“boquita” y se sonrió. Miro los labios gruesos de mi familia materna y los casi
invisibles de mi padre y sus hermanas. Boquita, sueñecito de mi abertura número
uno, reír, reír, junto a mi madre.
Cruzo
la calle y siempre siento miedo, la línea amarilla se difumina, la línea blanca
se difumina, mis pies resbalan, los autos se elevan del pavimento, parecen
papalotes desorientados, son como escudos en los pechos. Arrastro los
pantalones, estoy más delgada, los sentimientos son ahora mi pelo limpio o
rizado o lacio o castaño cruzando junto al perro de la vecina, en sentido
contrario, con la luz verde, el pelo verde, el pelo que grita a los de la acera
de enfrente, con los autos volando, el corazón papalote, carnecita flácida de los
inviernos difíciles, sudor con olor a Edén
de Cacharel y los labios más rojos que nunca, y los globos más inflados y rojos
que nunca.
Compro una pipa y aunque nunca he fumado, respiro la madera,
la caoba que parece rusa. Compro una pipa para el hombre que es más mi pura
intuición que mi pura verdad.
Respiro el aroma y siento la nostalgia del futuro del aroma,
del tabaco o la picadura. El aroma imposible es la visión que no tengo del
hombre real que fuma. Pero hay algo en ese futuro que es nostalgia y olor,
soplido. La pipa me improvisa a mí una nueva respiración.
Por qué siento el deseo de acompañar a las personas y ser
pan, pomada, pescado, perrita rabiosa, puñalada.
Nara
Mansur es poeta, autora de textos para la escena y crítico teatral. Ha
publicado los poemarios Mañana es cuando
estoy despierta (2000) y Un ejercicio
al aire libre (2004). Recibió el Premio Nacional de Poesía Nicolás Guillén
2011 por su cuaderno Manualidades así
como el Premio de la Crítica Literaria 2011 por su libro Desdramatizándome. Cuatro poemas para el teatro. Sus textos Ignacio & María y Charlotte Corday. Poema dramático han
sido llevados a escena por los grupos Teatro D’Dos y la Guerrilla del Golem.
Actualmente es colaboradora del Estudio Teatral El Cuervo que dirige Pompeyo Audivert
en Buenos Aires.
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