Foto: Eduardo Rodríguez Solís |
Por Eduardo Rodríguez Solís
Cuando nacemos, Dios o los
dioses antiguos nos dan cinco sentidos para andar por la vida. Con la vista
notamos lo que pasa alrededor. Con el olfato olemos lo que está en el entorno.
Con el gusto reconocemos los sabores. Con el oído captamos los sonidos. Con
el tacto identificamos las cosas cuando las tocamos.
A veces, el destino o lo que sea nos quita uno de estos sentidos. Y cuando
esto sucede los otros sentidos a veces se agudizan, para lograr un equilibrio.
Yo conocí a un compositor
español que no podía ver. Se trataba de don Joaquín Rodrigo, autor de obras
musicales clásicas (el Concierto de
Aranjuez y la Fantasía para un
gentilhombre, ambas bellas obras para guitarra y orquesta). Pude ayudarlo
con el pago de sus derechos autorales, cuando en México, la Ford promocionaba
en la televisión un coche llamado Cordova, sin acento en la primera “o”, con un
fragmento de la Fantasía para un
gentilhombre. Creo que la Ford pensaba que la obra musical que estaban
usando pertenecía al dominio público.
Tiempo después un amigo viajó a
España, diciéndome que iba a visitar a don Joaquín. Le mandé entonces saludos…
Y cuando mi conocido regresó de Europa me entregó un regalo que me mandaba el
maestro Rodrigo. Se trataba de una de sus corbatas que sacó de un ropero.
En aquellos tiempos yo laboraba
con la Orquesta Sinfónica del Estado de México, que dirigía el maestro Enrique
Bátiz.
Con nosotros trabajaba Luis
Fernández de Castro, quien tampoco podía ver, pero que era una maravilla de
persona. Nos quedábamos de ver en un lugar muy complicado y él se las ingeniaba
para llegar primero. Y una vez que me ofrecí llevarlo en mi coche a su casa, me
dirigió como si tuviera sus cinco sentidos.
“Cuando llegues a la esquina,
donde hay una cantina, te das vuelta a la derecha y caminas tres cuadras, hasta
donde está un edificio verde con blanco. Ahí mero es donde vivo”, dijo Luis.
Antes de entrar a la Sinfónica,
Luis Fernández de Castro escribía crítica musical y teatral en un diario. Y
cuando le tocaba hacer una reseña de teatro, su esposa tomaba nota de muchas
cosas… Y luego Luis hacía un texto maravilloso, con pelos y señales del evento
teatral.
Era también un excelente pianista.
Tocaba las teclas con mucha pasión.
Una vez llegó a la oficina y
pasó cerca de un muchacho que se llamaba Cuauhtémoc. El joven no lo saludó para
evitar que Luis lo mandara a comprar cigarrillos. Cuando iba rebasando el sitio
donde estaba Cuauhtémoc, volteó y dijo en voz alta: “Buenos días, Cuauhtémoc”.
Este Luis era un superhombre.
Eduardo Rodríguez Solís
(D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de
la revista Mester, del Taller de Juan
José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre
los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido
premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho.
Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en
muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en
Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)
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