Saturday, August 4, 2012

EL LIBRO EN LA ALEMANIA DEL SIGLO XVIII (APUNTES)


Rosemary Linares: Historia de mi vida



Este ensayo explora el impacto del volumen impreso en el desarrollo del pensamiento intelectual así como el tratamiento de la realidad y la esfera artística en Alemania durante el siglo XVIII. Desde su mera aparición en los círculos universitarios, el libro se convirtió en perfecto vehículo para promover y fomentar la idea del conocimiento como materia reproducible y almacenable. Como diría Joseph Rosenblum, el libro sirve como una suerte de mundo especulativo, un espejo que descubre lo que nos rodea, porque siendo objeto físico y texto al mismo tiempo puede compartir algunas similitudes con el contexto en que fue creado (1). El investigador continúa, “textos y sus contextos son inseparables, pues en un mismo volumen uno puede combinar corrientes artísticas, tecnológicas, económicas, sociales, religiosas, políticas e intelectuales de la época” (Rosenblum 1). 
La imprenta garantiza la permanencia de la sustancia lingüística –que es evasiva esencialmente- expresada en signos empeñados en reflejar diversos modos de entender la realidad. Uno podría decir que en el siglo XVIII el libro constituía una instancia mediadora entre la idea restringida del conocimiento –aquella que tiene que ver con la acumulación desmedida de información impresa- y el público lector –compuesto casi siempre por una minoría privilegiada. El libro, dice Rosenblum, “se convierte en el producto de diversas fuerzas que determinan su naturaleza, convirtiéndose en creación y creador al mismo tiempo” (1). El escritor Mark E. Wildermuth afirma la idea: “temas como la mediación, representación y comunicación en la cultura editorial nos abren el camino para entender cómo se organizan los textos relacionados con la naturaleza y la cultura y hasta qué punto los textos producidos por seres humanos pueden representar el orden natural de las cosas, y sus referentes, a través de la palabra impresa” (31).
El siglo XVIII (europeo) estuvo marcado por un intenso desarrollo de las cuestiones filosóficas, lingüísticas y estéticas, el llamado Iluminismo, que generó una sed desmedida por el aprendizaje y la difuminación del material literario y artístico que se entendía como un equivalente, o sinónimo, de la buena reputación de las naciones. La letra impresa (el volumen publicado) encontró un lugar especial dentro de la amalgama cognoscitiva, por su instituido poder de acumulación y trasmisión cultural. Martha Woodmansee, por ejemplo, ha situado los orígenes de la filosofía estética en el mercado literario y legislación del copyright en Alemania durante la era romántica (Woodmansee en Rose 87). ¿Cuál es el verdadero misterio de la imprenta que logra afectarnos, impactarnos, tan profundamente? ¿Por qué no podemos escapar de la urgencia de la publicación y de la manipulación editorial hasta la fecha?
Esta investigación tratará de vislumbrar cómo el libro puede convertirse no sólo en agente trasmisor sino en fallido dictador –acaparador- del conocimiento gracias a su solapada influencia en la capacidad subjetiva del ser humano. Aquí se ofrecerá un bosquejo histórico sobre la situación cultural en Alemania durante el siglo XVIII, el trabajo editorial de Friedrich Nicolai, y algunos otros conceptos relacionados con el influjo literario. Como diría el investigador D.F. McKenzie en su libro Bibliography and the Sociology of Texts, los volúmenes escritos codifican formas discursivas que determinan las condiciones para el entendimiento de sus propios significados (1999, 1). Las formas en que los textos aparecen mediante su adaptación, edición y publicación constituyen la más clara evidencia de que existe una historia de la escritura y de los significados. El libro, dice McKenzie, se convierte en un artefacto que cuenta una historia accesible y que puede presentarse en múltiples ediciones (alteradas o no) para apoyar una comprensión común y generalizadora de la Historia (1998, 1).
Si queremos hablar del impacto de la imprenta en la distribución y aceptación del conocimiento en general, inmediatamente debemos referirnos a la historia del libro y su producción. ¿Y qué entendemos por la “Historia del Libro”? En un largo y detallado estudio, McKenzie propone la siguiente definición: “La historia de la producción del libro se refiere al estudio de las casas editoriales, los recursos de impresión, las actividades diarias de los editores, compositores, correctores, y su relación con el contexto histórico social que permite, facilita o a veces dificulta su aparición” (1999, 3-4). Como sugiere McKenzie, un libro no es solamente un objeto sino un producto del desarrollo y la potencialidad creativa de los seres humanos, un espejo de la complejidad y evolución del pensamiento al que uno, como investigador, debe acceder para poder comprender la comunicación del sentido de la palabra impresa como extensión del contexto en que los escritores viven (1999, 4). El reconocimiento de formas comunicativas implica el entendimiento de estructuras relacionales que conforman un modelo dinámico de creación-producción que siempre está centrado en la experiencia humana. Para decirlo con otras palabras, los libros presentan un tipo de conocimiento al que ciertos seres humanos –los escritores, editores, etc.- tienen acceso, y en este sentido uno puede entenderlos como representaciones de experiencias limitadas, relativas, lo cual no niega que tengan un valor cognoscitivo, aunque no definitivo ni absoluto.
El estudio de “la historia del libro” se vuelve un proceso de reescritura constante. Las sociedades reescriben su pasado, los lectores reescriben sus textos mientras los editores los rediseñan (McKenzie 1999, 25). Uno de sus mayores objetivos radica en nutrirse de las intenciones sociales a través de actos de transmisión y recepción, que ayudan a descubrir verdades escondidas o a inventar nuevas posibilidades de significado. Un libro es una extracción del intelecto vivo, un artefacto textual, del espíritu, que puede así mismo tener implicaciones sociales y políticas, con un propósito de vida que apunta hacia la esencia del conocimiento, es decir hacia la vida después de la vida, materia etérea, elusiva, sublime quizás. Los signos expresan significados ideológicos y se convierten en armas de control que pueden ser manipuladas o completadas por los lectores (Mackenzie 1999, 47-55)
La historia del libro, dice Jonathan Rose, presenta un panorama de la información que existe sobre la creación, diseminación y uso de todo tipo de escritura impresa en forma de manuscritos, periódicos, revistas, entre otros materiales. La historia del libro emerge de la necesidad de entender cómo surgen las revoluciones informativas gracias a la aparición de imprentas con tecnologías especializadas y movibles; su incidencia en circuitos de comunicación, distribución y de transformación cultural (Rose 85). Hay varias cuestiones que invitan al investigador a adentrarse en el estudio de la imprenta como una de las bases fundamentales para el desarrollo de los métodos de pensamiento. Por ejemplo, uno puede preguntarse cómo los hábitos de lectura han sido condicionados por los nuevos métodos de impresión, iluminación y transportación; el desarrollo de redes de distribución y mercadeo, investigaciones sobre reglas de compra-venta, el papel desempeñado por las agencias o instituciones que promueven la eliminación del analfabetismo como la familia, escuelas e iglesias; los inventarios de volúmenes en las librerías, entre otros detalles (Rose 86).
En su libro Print, Chaos and Complexity: Samuel Johnson and Eighteenth Century Media Culture, el investigador Mark Wildermuth se refiere a un estudio detallado de la imprenta realizado por David McKitterick que tiene que ver con las implicaciones acaso subjetivas de las publicaciones, las cuales pueden ampliar nuestro proceso de entendimiento o interpretación del mundo y crear confusiones a la vez. McKitterick afirmaba que los libros se comportan como las palabras, imágenes y otros signos que los componen, y que son infinitamente maleables, y susceptibles al cambio. Cuando nos acercamos a un texto escrito, debemos hablar en primer lugar de su inconstancia y naturaleza vulnerable (McKitterick en Wildermuth 14). Uno de los objetivos fundamentales de Wildermuth es mostrar cómo conceptualizaciones de la imprenta como agencia mediadora afectan no sólo los procesos de lectura y entendimiento de los textos sino las teorías críticas que de ellos se desprenden. En su trabajo, el investigador explora cómo el conocimiento de la estabilidad e inestabilidad de la imprenta durante el siglo XVIII nos ayuda a contextualizar y a comprender el papel del libro en el comportamiento ético, social y estético de los seres humanos que se convierten a su vez en emisores alternos de signos de la vida cotidiana (Wildermuth 16).
McKenzie tiene una idea similar conectada al concepto de bibliografía, que abarca una serie larga de principios. McKenzie entiende la idea de bibliografía como disciplina que estudia los textos (de toda índole) de una manera creativa. En este sentido los textos devienen en un amplio número de hojas impresas además de formas o motivaciones abstractas (historias inventadas, interpretaciones, búsquedas, sentimientos) que pueden ser recolectadas y organizadas, así como sus procesos de trasmisión, producción y recepción. La historia del libro, continúa el escritor, tampoco puede prescindir de la presentación del escenario social, económico y las motivaciones políticas que llevan a la publicación de los volúmenes, las razones que explican la necesidad de la escritura en ciertas épocas y el tipo de lectura que los textos suscitan. De ahí que se pueda tener una idea más clara del impacto y transcendencia que determinados libros tienen, en el plano mental, social, o emocional. Para McKenzie, la sociología de los textos incluye así mismo una lista completa de realidades sociales que determinan la emergencia de la imprenta y que luego se convierten en patrones o modelos a seguir, motivos personales, interacciones generadas gracias al trabajo de producción, trasmisión y consumo de libros, el papel de las instituciones y sus estructuras que afectan ampliamente las formas de discurso social (1999, 15). 
En el volumen The Coming of the Book: The Impact of Printing 1450-1800, los autores Lucien Febvre y Henri-Jean Martin hacen notar que muchos vendedores de libros gracias al contacto diario con escritores, humanistas, estudiantes y el público lector, históricamente se han interesado en explorar circuitos comerciales y terrenos intelectuales, que han ayudado al crecimiento de sus negocios (143). Numerosos promotores y escritores del Iluminismo, por ejemplo, utilizaron la empresa editorial como medio para darse a conocer. El filósofo/comerciante del siglo XVIII era un hombre de negocios y letrado al mismo tiempo, que defendía la importancia de la difusión del conocimiento por convicción e interés personal (Febvre y Martin 157).
El siglo XVIII favoreció la expansión de la industria editorial debido al gran fervor literario y afluencia material e intelectual. Las personas se mostraban interesadas en aprender sobre diversas materias que respondían a cuestiones y reflexiones de tipo humanístico, lo cual permitió a los vendedores con amplios bagajes culturales lanzar nuevos esquemas de impresión y producción de volúmenes escritos que incluían enciclopedias, literatura clásica, entre otros (Febvre y Martin 158). El deseo de avanzar o mejorar económicamente también estimuló la lectura de libros, así como las aspiraciones de alcanzar nuevos y más altos niveles morales; y la necesidad de adaptarse a los cambios ocurridos en la sociedad (Rosenblum 4-5).
Se pueden mencionar otras características notables que exponen la relación del volumen impreso y su impacto en la sociedad del siglo XVIII. Por ejemplo, se sugiere el establecimiento de patrones de escritura y de tipos de lectura en relación con las líneas sociales, que dio como resultado la formación de agrupaciones casuales –la gente comenzaba a preguntarse si pertenecía a las clases “cultas” o no (Rosenblum 13). Se menciona además que muchos autores se interesaron en acercarse a la empresa editorial como activos participantes (o negociantes), en un intento por defender sus derechos de autor y la adquisición de alguna ganancia por sus publicaciones. En Alemania, Gotthold Ephraim Lessing y otros escritores publicaron sus propios trabajos y cooperaron en la gestación de casas editoriales como la Gelehrtenrepublik de Klopstock fundada en 1774 (Febvre y Martin 163).
Otro dato interesante ofrecido por Febvre y Martin que nos ayuda a entender el objeto publicado desde otra perspectiva consiste en el precio y la producción de los manuscritos. Según los escritores, durante el Iluminismo, las piezas literarias alcanzaron precios despampanantes. En la ciudad alemana de Leipzig, muchos editores pagaron largas sumas de dinero por simples manuscritos durante la segunda  mitad del siglo (Febvre y Martin 164). El número de ediciones generalmente se limitaba a una cifra menor que dos mil, a menos que se tratara de una pieza de gran éxito comercial. Lo cual demuestra que los editores muchas veces se mostraban indecisos a la hora de ordenar la publicación de varias copias de un mismo texto.
Probablemente sólo la obra de filósofos reconocidos constituía, en este caso, la excepción de la regla. (Febvre y Martin llaman la atención sobre el hecho de que en Berlín, se publicó el volumen Siècle de Louis XIV de Voltaire, con una tirada de tres mil ejemplares). Hacia el final del siglo XVIII los vendedores y editores de Leipzig que se especializaban en la publicación de los trabajos de escritores emergentes llegaron a un acuerdo con casas editoriales de países adyacentes para intercambiar volúmenes de excelente calidad temática (Febvre y Martin 234). En general, los libros se consideraban como objetos preciados e invaluables que podían llegar a tener una vida larga y útil en manos de aquellos que fueran capaces de entender el privilegio que significaba la diseminación de ideas, su entendimiento y conocimiento. 
El despliegue del moderno mercado editorial alemán tuvo lugar durante las últimas tres décadas del siglo XVIII, periodo en que se jugaba con tres principios fundamentales: público, literatura, y mediatización (Barbier 254). Desde la segunda mitad del siglo, ya existía una preocupación por unificar a los lectores sobre la base de un idioma y tradición comunes. Rosenblum diría que “como producto de varias transformaciones y gracias a su institución como agente de cambio, el libro pudo ayudar también a la creación de una identidad/mentalidad nacional” (5). Los comerciantes y editores profesionales como Philipp Erasmus Reich, poco a poco comenzaron a sentar las bases para la institucionalización del mercado editorial como punto focal dentro de la vida literaria y escolástica alemana que aspiraba a centralizar y organizar la esfera pública y la identidad colectiva. El poder del mercado editorial, las ferias y la presencia de un amplio número de comunidades localizadas en zonas geográficas estratégicas ayudaron a que el idioma alemán se estableciera como una de las lenguas fundamentales en la escritura literaria del continente europeo (Barbier 258).
En su estudio sobre la imprenta alemana, Frédéric Barbier destaca el papel jugado por la empresa editorial como intermediario dentro de la cultura de otros países. El escritor observa que el idioma alemán devino en el puente lingüístico que permitió a muchas personas con inquietudes intelectuales y que no vivían en Alemania el acceso a la literatura. Muchos estudiantes de diversas regiones fueron educados en universidades de Leipzig y Berlín. Así mismo se utilizó el alemán como una de las lenguas oficiales del mercado editorial internacional y fue empleado “artísticamente” por muchos autores reconocidos como Franz Kafka y Elias Canetti (Barbier 261). Varios especialistas alemanes, por su parte, ganaron reconocimiento en Londres y París.
Entre los pocos y exitosos editores del Iluminismo alemán se encuentra Friedrich Nicolai. Según el investigador Berhard Fabian, Nicolai fue severamente atacado por su contemporáneo Immanuel Kant, debido a su gran astucia en obtener ganancias de las publicaciones. Sin embargo, muchos coinciden con la idea de que lo que distinguía a Nicolai no era precisamente su rol como negociante, sino su desmedido interés y comprometimiento con la causa del Iluminismo, que no encontró competencia en Alemania, ni en otros países europeos. Como tenaz defensor de la información impresa que se convirtió casi en el esquema del Iluminismo europeo, Nicolai quería ayudar a fomentar el conocimiento de sus lectores, incrementar su comprensión del mundo y ampliar sus experiencias, editando y vendiendo libros de varias temáticas (Fabian 241).
Como afirma Fabian, Nicolai nunca fue un editor con perfil ideológico definido sino que defendió la distribución de una gran variedad de libros. Incluso produjo ejemplares de pequeño formato que servían como adornos, detalles decorativos a las damas de la época, un reflejo del significado “estético” del conocimiento que estimulaba la capacidad imaginativa de las personas. Nicolai siempre tuvo la convicción de que la imprenta -a pesar de sus características mercantilistas- constituía una actividad cultural esencial para la transformación social e intelectual de su país (Fabian 241). Aunque el término “cultura literaria” no existía todavía en el XVIII, muchas de las ideas asociadas con el concepto de literatura sí interesaban verdaderamente a Nicolai.
Berhard Fabian hace un recuento de las circunstancias históricas en que emerge y florece la República Alemana de las Letras para destacar la influencia editorial (y cultural) de Nicolai. En 1740 la producción de libros en Alemania no tenía gran alcance debido a la crisis que fustigó a la nación luego de la Guerra de los Treinta Años. El país se encontraba empobrecido, fragmentado y regionalizado (Fabian 242). Tampoco podía sostenerse culturalmente, siempre dominado por el pensamiento y discurso intelectual francés. Esta situación inspiró a un grupo de jóvenes como Nicolai, Lessing y Moisés Mendelssohn, entre otros, que decidieron alterar los aparentemente inamovibles estándares de percepción de la vida diaria a través de la escritura y la publicación de obras que provocaban el intelecto y la subjetividad del individuo.
En medio de las circunstancias, Nicolai se dio a conocer como editor y escritor. En 1755, publicó un tratado que intentaba ofrecer una panorámica de la escena literaria alemana, así como una corrección de los muchos prejuicios que existían sobre determinados elementos que habían sido ignorados por escritores y sus audiencias (Fabian 242). Por ejemplo, atribuía la poca calidad de la producción literaria a la ausencia de factores externos –como la escasez de personas interesadas en proveer un conocimiento del mundo- que pudieran ejercer una influencia positiva en el proceso de creación. Así mismo abogaba por la necesidad de una crítica genuina que contribuyera al refinamiento del gusto y discernimiento estéticos. Nicolai fue además uno de los primeros en darse cuenta de que la ausencia de un área geográfica central –Berlín se convirtió en la capital de Alemania en 1870- repercutía negativamente en la esfera cultural de su país. Tener una capital representaba un paso de avance, pues la ciudad podría tomarse como base estructuradora e institucional de las aspiraciones intelectuales de la nación (Fabian 243).
Nicolai fue uno de los defensores del esteticismo, manifestado en su trabajo editorial. A continuación vamos a compartir algunas ideas esbozadas en el artículo “Friedrich Nicolai: Creator of the German Republic of Letters” de Berhard Fabian. En 1756, Nicolai edita junto a Moisés Mendelssohn los primeros volúmenes de una revista católica encargada de evaluar las contribuciones hechas a la historia de las artes visuales, cuya importancia como arma civilizadora y humanista no podía ser ignorada. De aquí, la necesidad de cultivar habilidades críticas y la apreciación estética con relación a los espacios artísticos.
Una de las ideas defendidas por Nicolai consistía en desarrollar y perfeccionar el quehacer visual y la cualidad distintiva en las artes, mediante la práctica de una crítica rigurosa regida por conceptos preestablecidos, que contribuiría a la reputación internacional de la nación. Serían evaluadas las producciones literarias alemanas –escritas por autores establecidos y emergentes- y además se tendrían en cuenta trabajos impactantes publicados en Francia e Inglaterra de los que se beneficiarían los lectores locales. En pocas palabras, se pretendía fomentar un tipo de crítica literaria y artística que sirviera para estimular a los escritores a someterse a un entrenamiento mental competente que contribuyera a la formulación y descubrimiento de nuevas entidades y posibilidades cognoscitivas.
En 1763, después del fin de la Guerra de los Siete Años, Alemania entró en una fase de recuperación y expansión cultural (Fabian 247). Algunos estudios recientes corroboran la idea de Michel Foucault, quien designa la propiedad literaria como una invención del siglo XVIII con la emergencia del capitalismo y la exaltación del genio del autor (Foucault en Rose 87). Se dice que Nicolai fue uno de los primeros en usar el término Literatura como área cultural con una connotación textual y bibliográfica y por tanto separada de las otras ramas de las Bellas Artes. Inspirado por la aceptación internacional y el orden de las publicaciones inglesas, se dedicó a promover nuevas ideas para un proyecto llamado Allgemeine Deutsche Bibliothek que pretendía presentar cambios en el paisaje literario del país, y un espacio para el estudio sistemático de la producción de libros con variadas temáticas (Fabian 247). El Journal situaba a los escritores en un lugar privilegiado y garantizaba la difusión de sus trabajos entre un gran número de lectores. Desde luego, la audiencia también se beneficiaba al poder ampliar su perspectiva cultural, conociendo y consumiendo libros que habían formado parte hasta el momento de un estrecho círculo de lectores.
El nuevo concepto de literatura comprendía la publicación de novelas y manuales de uso práctico, pero también escrituras que respondían a disciplinas como teología e historia natural (Fabian 248). Anualmente, se convocaba a una encuesta sobre el tema de la producción editorial, cuyos resultados se trasmitían como parte del proyecto, para informar al lector interesado, sobre los progresos alcanzados en los campos del conocimiento y el aprendizaje. Según las palabras del investigador Fabian, el proyecto tuvo un éxito rotundo a nivel cultural, como órgano central del Iluminismo, y se distribuyó ampliamente en Alemania y otros países, aunque no logró obtener muchas ganancias económicas. Su contenido combinaba ideas conservadoras y progresistas que incitaban las más diversas controversias políticas, literarias y filosóficas. Gracias a su empresa editorial y su empecinamiento en defender y desarrollar el nivel intelectual de su país, Nicolai ha sido considerado como el fundador de la vida literaria alemana, garantizándole a la ciudad de Berlín un lugar destacado dentro del mapa cultural internacional que la llevaría a ser reconocida como una de las capitales europeas indispensables del siglo XIX (Fabian 249).
En un estudio sobre el derroche cultural del Iluminismo, no precisamente alemán, el investigador Mark E. Wildermuth menciona la importancia del libro en materias subjetivas como la verdad y la virtud que puede resultarnos relevante. Así mismo analiza cómo se manejan cuestiones que tienen que ver con la representación del orden de la sociedad y la naturaleza en los volúmenes publicados durante el siglo XVIII. El método utilizado por Wildermuth es básicamente historicista aunque también ofrece nociones teóricas sobre el caos, la interpretación, y la complejidad que desembocan en la inestabilidad textual. Elige como caso de estudio la obra de Samuel Johnson, quien defiende el espacio de la palabra impresa como medio de representación de nuestras percepciones sobre el mundo que nos rodea y que coadyuva al desarrollo humano en esferas éticas, estéticas y políticas (Wildermuth 17).
Wildermuth ofrece una visión detallada sobre el papel de la imprenta en la lucha contra aquellos que presentaban una lectura confusa del mundo, revelando en gran medida parte de la cultura y la manera de pensar de los autores de la época. Muestra evidencias que reflejan la capacidad predeterminada y a la vez movible del signo textual, cuya alcance representacional, mediador y poder explicativo influyen profundamente en el entendimiento del hombre y la sociedad (Wildermuth 19-24). Según argumenta Wildermuth la proliferación de libros en la sociedad europea del siglo XVIII tenía que ver con su capacidad de almacenar, conservar y trasmitir el conocimiento (37). La imprenta misma jugó un papel fundamental en la trasmisión del lenguaje y su estandarización gracias a la publicación de diccionarios y libros de gramática (Rose 93).
Sin embargo no sólo vale destacar la eficacia informativa sino subjetiva de la letra impresa, una especie de extensión del genio, de la facultad del pensamiento, entendimiento e imaginación del ser humano, una entidad capaz de producir una experiencia mental vívida, real. La cuestión de la misteriosa indefinición de la palabra impresa durante el siglo XVIII implicaba, dice Wildermuth, un nuevo tipo de textualidad que servía para desestabilizar representaciones de la naturaleza y los sistemas de ordenamiento de la verdad y la virtud, que conllevó al advenimiento de una cultura de la información donde los textos tanto naturales como aquellos construidos por el pensamiento humano, podían adoptar nuevas y más creativas configuraciones (38). La hoja impresa se convierte en una representación de objetos con presencia física o no (significados tal vez) que se escapan, se transforman o simplemente se multiplican en nuestra mente; construcciones humanas, esencias sometidas a un constante e imaginativo proceso de mutación.
La libertad imaginativa puede resultar equivalente a lo que Wildermuth llama “la matriz caótica,” la cual genera un proceso natural de reorganización de las estructuras en nuevas combinaciones creando un tipo de orden diferente (71). La palabra impresa se convierte en un signo mediador, dice Wildermuth, que hasta cierto punto puede situarnos más cerca de Dios y el orden de las cosas físicas porque representa un tipo de isomorfismo resonante que puede ser capturado mentalmente y diseñado para interactuar con el objeto y su referente (47). En este sentido, puede hablarse de su potencial como instrumento efectivo para esbozar el juicio estético y, como diría Wildermuth, el punto de atención para adentrarnos en el riguroso sistema de formulaciones y asociaciones que existe en la mente del lector donde se manifiestan complejas categorías (53).
A través de la mediación de la mente, como diría Wildermuth, las representaciones se vuelvan más inestables e incontrolables (145). La mente trabaja como un sistema inmunológico procesando información y configurando estructuras que se organizan junto a otras materias que pueden disiparse, perderse, transformarse (Wildermuth 156). La idea de las configuraciones mentales tiene que ver con la teoría de los sistemas dinámicos de Samuel Johnson, quien reconoció su capacidad para percibir la complejidad del pensamiento en el contexto lingüístico así como su inhabilidad para llegar a comprenderlo. Johnson desarrolló lo que se ha denominado como enfoque intuitivo de las dinámicas complejas, mediante el cual se exponen los límites del pensamiento linear y la necesidad de creación de una semiótica diferente para entender la interacción entre el orden y la casualidad (Wildermuth 146).
La mutabilidad del objeto mental, que dificulta su reproducción, parece invitarnos a cuestionar la inefectividad de los sistemas de representación, su vulnerabilidad. En este caso se puede asociar “lo mental” a lo “estético”, la cuestión del conocimiento, y de la palabra impresa como su medio de manifestación. ¿Cómo saber las verdaderas motivaciones de una palabra si sólo contamos con su referente aproximado? Intuimos que el conocimiento puede encontrarse en libros o cualquier otro tipo de material impreso, sin darnos cuenta de que en realidad nos enfrentamos a interpretaciones relativas, percepciones mediadas, codificadas, sujetas a un cambio perenne.
La palabra es un espacio variable, que trata en vano de representar la grandiosidad, la vastedad y capacidad de transformación del conocimiento, la sabiduría. Se convierte en objeto estético, siempre y cuando se complete a través de su manifestación en imágenes mentales y en la transformación de los lectores  (De Bruyn 208-231, Murphy 25-41). Un proceso que produce en nosotros una momentánea experiencia placentera, pero que también logrará traernos cierta decepción y desconsuelo, pues debido a su naturaleza inaccesible, nunca podría ser representado, mucho menos “comprendido” totalmente.


Bibliografía

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