Rosemary Linares: Historia de mi vida |
Este ensayo explora el impacto del volumen impreso
en el desarrollo del pensamiento intelectual así como el tratamiento de la
realidad y la esfera artística en Alemania durante el siglo XVIII. Desde su
mera aparición en los círculos universitarios, el libro se convirtió en perfecto
vehículo para promover y fomentar la idea del conocimiento como materia
reproducible y almacenable. Como diría Joseph Rosenblum, el libro sirve como una
suerte de mundo especulativo, un espejo que descubre lo que nos rodea, porque
siendo objeto físico y texto al mismo tiempo puede compartir algunas
similitudes con el contexto en que fue creado (1). El investigador continúa,
“textos y sus contextos son inseparables, pues en un mismo volumen uno puede
combinar corrientes artísticas, tecnológicas, económicas, sociales, religiosas,
políticas e intelectuales de la época” (Rosenblum 1).
La imprenta garantiza la permanencia de la
sustancia lingüística –que es evasiva esencialmente- expresada en signos
empeñados en reflejar diversos modos de entender la realidad. Uno podría decir
que en el siglo XVIII el libro constituía una instancia mediadora entre la idea
restringida del conocimiento –aquella que tiene que ver con la acumulación
desmedida de información impresa- y el público lector –compuesto casi siempre
por una minoría privilegiada. El libro, dice Rosenblum, “se convierte en el
producto de diversas fuerzas que determinan su naturaleza, convirtiéndose en
creación y creador al mismo tiempo” (1). El escritor Mark E. Wildermuth afirma
la idea: “temas como la mediación, representación y comunicación en la cultura
editorial nos abren el camino para entender cómo se organizan los textos
relacionados con la naturaleza y la cultura y hasta qué punto los textos
producidos por seres humanos pueden representar el orden natural de las cosas,
y sus referentes, a través de la palabra impresa” (31).
El siglo XVIII (europeo) estuvo marcado por un
intenso desarrollo de las cuestiones filosóficas, lingüísticas y estéticas, el
llamado Iluminismo, que generó una sed desmedida por el aprendizaje y la
difuminación del material literario y artístico que se entendía como un
equivalente, o sinónimo, de la buena reputación de las naciones. La letra
impresa (el volumen publicado) encontró un lugar especial dentro de la amalgama
cognoscitiva, por su instituido poder de acumulación y trasmisión cultural. Martha
Woodmansee, por ejemplo, ha situado los orígenes de la filosofía estética en el
mercado literario y legislación del copyright en Alemania durante la era romántica (Woodmansee en Rose
87). ¿Cuál es el verdadero misterio de la imprenta que logra afectarnos,
impactarnos, tan profundamente? ¿Por qué no podemos escapar de la urgencia de
la publicación y de la manipulación editorial hasta la fecha?
Esta investigación tratará de vislumbrar cómo el
libro puede convertirse no sólo en agente trasmisor sino en fallido dictador –acaparador-
del conocimiento gracias a su solapada influencia en la capacidad subjetiva del
ser humano. Aquí se ofrecerá un bosquejo histórico sobre la situación cultural
en Alemania durante el siglo XVIII, el trabajo editorial de Friedrich Nicolai, y
algunos otros conceptos relacionados con el influjo literario. Como diría el
investigador D.F. McKenzie en su libro Bibliography
and the Sociology of Texts, los volúmenes escritos codifican formas
discursivas que determinan las condiciones para el entendimiento de sus propios
significados (1999, 1). Las formas en que los textos aparecen mediante su
adaptación, edición y publicación constituyen la más clara evidencia de que
existe una historia de la escritura y de los significados. El libro, dice
McKenzie, se convierte en un artefacto que cuenta una historia accesible y que
puede presentarse en múltiples ediciones (alteradas o no) para apoyar una
comprensión común y generalizadora de la Historia (1998, 1).
Si queremos hablar del impacto de la imprenta en
la distribución y aceptación del conocimiento en general, inmediatamente
debemos referirnos a la historia del libro y su producción. ¿Y qué entendemos
por la “Historia del Libro”? En un largo y detallado estudio, McKenzie propone la
siguiente definición: “La historia de la producción del libro se refiere al
estudio de las casas editoriales, los recursos de impresión, las actividades
diarias de los editores, compositores, correctores, y su relación con el
contexto histórico social que permite, facilita o a veces dificulta su
aparición” (1999, 3-4). Como sugiere McKenzie, un libro no es solamente un
objeto sino un producto del desarrollo y la potencialidad creativa de los seres
humanos, un espejo de la complejidad y evolución del pensamiento al que uno,
como investigador, debe acceder para poder comprender la comunicación del
sentido de la palabra impresa como extensión del contexto en que los escritores
viven (1999, 4). El reconocimiento de formas comunicativas implica el
entendimiento de estructuras relacionales que conforman un modelo dinámico de
creación-producción que siempre está centrado en la experiencia humana. Para
decirlo con otras palabras, los libros presentan un tipo de conocimiento al que
ciertos seres humanos –los escritores, editores, etc.- tienen acceso, y en este
sentido uno puede entenderlos como representaciones de experiencias limitadas, relativas,
lo cual no niega que tengan un valor cognoscitivo, aunque no definitivo ni
absoluto.
El estudio de “la historia del libro” se vuelve un
proceso de reescritura constante. Las sociedades reescriben su pasado, los lectores reescriben sus textos mientras los editores los rediseñan (McKenzie 1999, 25). Uno
de sus mayores objetivos radica en nutrirse de las intenciones sociales a
través de actos de transmisión y recepción, que ayudan a descubrir verdades
escondidas o a inventar nuevas posibilidades de significado. Un libro es una
extracción del intelecto vivo, un artefacto textual, del espíritu, que puede
así mismo tener implicaciones sociales y políticas, con un propósito de vida
que apunta hacia la esencia del conocimiento, es decir hacia la vida después de
la vida, materia etérea, elusiva, sublime quizás. Los signos expresan
significados ideológicos y se convierten en armas de control que pueden ser
manipuladas o completadas por los lectores (Mackenzie 1999, 47-55)
La historia del libro, dice Jonathan Rose,
presenta un panorama de la información que existe sobre la creación,
diseminación y uso de todo tipo de escritura impresa en forma de manuscritos,
periódicos, revistas, entre otros materiales. La historia del libro emerge de
la necesidad de entender cómo surgen las revoluciones informativas gracias a la
aparición de imprentas con tecnologías especializadas y movibles; su incidencia
en circuitos de comunicación, distribución y de transformación cultural (Rose
85). Hay varias cuestiones que invitan al investigador a adentrarse en el
estudio de la imprenta como una de las bases fundamentales para el desarrollo
de los métodos de pensamiento. Por ejemplo, uno puede preguntarse cómo los
hábitos de lectura han sido condicionados por los nuevos métodos de impresión,
iluminación y transportación; el desarrollo de redes de distribución y
mercadeo, investigaciones sobre reglas de compra-venta, el papel desempeñado
por las agencias o instituciones que promueven la eliminación del analfabetismo
como la familia, escuelas e iglesias; los inventarios de volúmenes en las
librerías, entre otros detalles (Rose 86).
En su libro Print,
Chaos and Complexity: Samuel Johnson and Eighteenth Century Media Culture,
el investigador Mark Wildermuth se refiere a un estudio detallado de la
imprenta realizado por David McKitterick que tiene que ver con las
implicaciones acaso subjetivas de las publicaciones, las cuales pueden ampliar
nuestro proceso de entendimiento o interpretación del mundo y crear confusiones
a la vez. McKitterick afirmaba que los libros se comportan como las palabras,
imágenes y otros signos que los componen, y que son infinitamente maleables, y
susceptibles al cambio. Cuando nos acercamos a un texto escrito, debemos hablar
en primer lugar de su inconstancia y naturaleza vulnerable (McKitterick en
Wildermuth 14). Uno de los objetivos fundamentales de Wildermuth es mostrar
cómo conceptualizaciones de la imprenta como agencia mediadora afectan no sólo
los procesos de lectura y entendimiento de los textos sino las teorías críticas
que de ellos se desprenden. En su trabajo, el investigador explora cómo el
conocimiento de la estabilidad e inestabilidad de la imprenta durante el siglo
XVIII nos ayuda a contextualizar y a comprender el papel del libro en el
comportamiento ético, social y estético de los seres humanos que se convierten
a su vez en emisores alternos de signos de la vida cotidiana (Wildermuth 16).
McKenzie tiene una idea similar conectada al
concepto de bibliografía, que abarca una serie larga de principios. McKenzie
entiende la idea de bibliografía como disciplina que estudia los textos (de
toda índole) de una manera creativa. En este sentido los textos devienen en un
amplio número de hojas impresas además de formas o motivaciones abstractas (historias
inventadas, interpretaciones, búsquedas, sentimientos) que pueden ser
recolectadas y organizadas, así como sus procesos de trasmisión, producción y
recepción. La historia del libro, continúa el escritor, tampoco puede
prescindir de la presentación del escenario social, económico y las
motivaciones políticas que llevan a la publicación de los volúmenes, las
razones que explican la necesidad de la escritura en ciertas épocas y el tipo
de lectura que los textos suscitan. De ahí que se pueda tener una idea más
clara del impacto y transcendencia que determinados libros tienen, en el plano
mental, social, o emocional. Para McKenzie, la sociología de los textos incluye
así mismo una lista completa de realidades sociales que determinan la emergencia
de la imprenta y que luego se convierten en patrones o modelos a seguir,
motivos personales, interacciones generadas gracias al trabajo de producción,
trasmisión y consumo de libros, el papel de las instituciones y sus estructuras
que afectan ampliamente las formas de discurso social (1999, 15).
En el volumen The
Coming of the Book: The Impact of Printing 1450-1800, los autores Lucien Febvre
y Henri-Jean Martin hacen notar que muchos vendedores de libros gracias al
contacto diario con escritores, humanistas, estudiantes y el público lector, históricamente
se han interesado en explorar circuitos comerciales y terrenos intelectuales,
que han ayudado al crecimiento de sus negocios (143). Numerosos promotores y
escritores del Iluminismo, por ejemplo, utilizaron la empresa editorial como
medio para darse a conocer. El filósofo/comerciante del siglo XVIII era un hombre
de negocios y letrado al mismo tiempo, que defendía la importancia de la
difusión del conocimiento por convicción e interés personal (Febvre y Martin 157).
El siglo XVIII favoreció la expansión de la
industria editorial debido al gran fervor literario y afluencia material e intelectual.
Las personas se mostraban interesadas en aprender sobre diversas materias que
respondían a cuestiones y reflexiones de tipo humanístico, lo cual permitió a
los vendedores con amplios bagajes culturales lanzar nuevos esquemas de
impresión y producción de volúmenes escritos que incluían enciclopedias,
literatura clásica, entre otros (Febvre y Martin 158). El deseo de avanzar o
mejorar económicamente también estimuló la lectura de libros, así como las
aspiraciones de alcanzar nuevos y más altos niveles morales; y la necesidad de
adaptarse a los cambios ocurridos en la sociedad (Rosenblum 4-5).
Se pueden mencionar otras características notables
que exponen la relación del volumen impreso y su impacto en la sociedad del
siglo XVIII. Por ejemplo, se sugiere el establecimiento de patrones de
escritura y de tipos de lectura en relación con las líneas sociales, que dio
como resultado la formación de agrupaciones casuales –la gente comenzaba a preguntarse
si pertenecía a las clases “cultas” o no (Rosenblum 13). Se menciona además que
muchos autores se interesaron en acercarse a la empresa editorial como activos
participantes (o negociantes), en un intento por defender sus derechos de autor
y la adquisición de alguna ganancia por sus publicaciones. En Alemania, Gotthold Ephraim Lessing y otros escritores
publicaron sus propios trabajos y cooperaron en la gestación de casas
editoriales como la Gelehrtenrepublik de Klopstock fundada en 1774 (Febvre y
Martin 163).
Otro dato interesante ofrecido por Febvre y Martin
que nos ayuda a entender el objeto publicado desde otra perspectiva consiste en
el precio y la producción de los manuscritos. Según los escritores, durante el
Iluminismo, las piezas literarias alcanzaron precios despampanantes. En la
ciudad alemana de Leipzig, muchos editores pagaron largas sumas de dinero por
simples manuscritos durante la segunda
mitad del siglo (Febvre y Martin 164). El número de ediciones
generalmente se limitaba a una cifra menor que dos mil, a menos que se tratara
de una pieza de gran éxito comercial. Lo cual demuestra que los editores muchas
veces se mostraban indecisos a la hora de ordenar la publicación de varias
copias de un mismo texto.
Probablemente sólo la obra de filósofos
reconocidos constituía, en este caso, la excepción de la regla. (Febvre y
Martin llaman la atención sobre el hecho de que en Berlín, se publicó el
volumen Siècle de Louis XIV de
Voltaire, con una tirada de tres mil ejemplares). Hacia el final del siglo XVIII
los vendedores y editores de Leipzig que se especializaban en la publicación de
los trabajos de escritores emergentes llegaron a un acuerdo con casas
editoriales de países adyacentes para intercambiar volúmenes de excelente
calidad temática (Febvre y Martin 234). En general, los libros se consideraban
como objetos preciados e invaluables que podían llegar a tener una vida larga y
útil en manos de aquellos que fueran capaces de entender el privilegio que
significaba la diseminación de ideas, su entendimiento y conocimiento.
El despliegue del moderno mercado editorial alemán
tuvo lugar durante las últimas tres décadas del siglo XVIII, periodo en que se
jugaba con tres principios fundamentales: público, literatura, y mediatización
(Barbier 254). Desde la segunda mitad del siglo, ya existía una preocupación
por unificar a los lectores sobre la base de un idioma y tradición comunes. Rosenblum
diría que “como producto de varias transformaciones y gracias a su institución
como agente de cambio, el libro pudo ayudar también a la creación de una
identidad/mentalidad nacional” (5). Los comerciantes y editores profesionales como
Philipp Erasmus Reich, poco a poco comenzaron a sentar las bases para la institucionalización
del mercado editorial como punto focal dentro de la vida literaria y
escolástica alemana que aspiraba a centralizar y organizar la esfera pública y
la identidad colectiva. El poder del mercado editorial, las ferias y la
presencia de un amplio número de comunidades localizadas en zonas geográficas
estratégicas ayudaron a que el idioma alemán se estableciera como una de las
lenguas fundamentales en la escritura literaria del continente europeo (Barbier
258).
En su estudio sobre la imprenta alemana, Frédéric Barbier
destaca el papel jugado por la empresa editorial como intermediario dentro de
la cultura de otros países. El escritor observa que el idioma alemán devino en el
puente lingüístico que permitió a muchas personas con inquietudes intelectuales
y que no vivían en Alemania el acceso a la literatura. Muchos estudiantes de
diversas regiones fueron educados en universidades de Leipzig y Berlín. Así
mismo se utilizó el alemán como una de las lenguas oficiales del mercado
editorial internacional y fue empleado “artísticamente” por muchos autores
reconocidos como Franz Kafka y Elias Canetti (Barbier 261). Varios especialistas
alemanes, por su parte, ganaron reconocimiento en Londres y París.
Entre los pocos y exitosos editores del Iluminismo
alemán se encuentra Friedrich Nicolai. Según el investigador Berhard Fabian,
Nicolai fue severamente atacado por su contemporáneo Immanuel Kant, debido a su
gran astucia en obtener ganancias de las publicaciones. Sin embargo, muchos
coinciden con la idea de que lo que distinguía a Nicolai no era precisamente su
rol como negociante, sino su desmedido interés y comprometimiento con la causa
del Iluminismo, que no encontró competencia en Alemania, ni en otros países
europeos. Como tenaz defensor de la información impresa que se convirtió casi en
el esquema del Iluminismo europeo, Nicolai quería ayudar a fomentar el
conocimiento de sus lectores, incrementar su comprensión del mundo y ampliar
sus experiencias, editando y vendiendo libros de varias temáticas (Fabian 241).
Como afirma Fabian, Nicolai nunca fue un editor
con perfil ideológico definido sino que defendió la distribución de una gran
variedad de libros. Incluso produjo ejemplares de pequeño formato que servían
como adornos, detalles decorativos a las damas de la época, un reflejo del
significado “estético” del conocimiento que estimulaba la capacidad imaginativa
de las personas. Nicolai siempre tuvo la convicción de que la imprenta -a pesar
de sus características mercantilistas- constituía una actividad cultural
esencial para la transformación social e intelectual de su país (Fabian 241). Aunque
el término “cultura literaria” no existía todavía en el XVIII, muchas de las
ideas asociadas con el concepto de literatura sí interesaban verdaderamente a Nicolai.
Berhard Fabian hace un recuento de las
circunstancias históricas en que emerge y florece la República Alemana de las
Letras para destacar la influencia editorial (y cultural) de Nicolai. En 1740
la producción de libros en Alemania no tenía gran alcance debido a la crisis
que fustigó a la nación luego de la Guerra de los Treinta Años. El país se
encontraba empobrecido, fragmentado y regionalizado (Fabian 242). Tampoco podía
sostenerse culturalmente, siempre dominado por el pensamiento y discurso
intelectual francés. Esta situación inspiró a un grupo de jóvenes como Nicolai,
Lessing y Moisés Mendelssohn, entre otros, que decidieron alterar los
aparentemente inamovibles estándares de percepción de la vida diaria a través
de la escritura y la publicación de obras que provocaban el intelecto y la
subjetividad del individuo.
En medio de las circunstancias, Nicolai se dio a
conocer como editor y escritor. En 1755, publicó un tratado que intentaba
ofrecer una panorámica de la escena literaria alemana, así como una corrección
de los muchos prejuicios que existían sobre determinados elementos que habían
sido ignorados por escritores y sus audiencias (Fabian 242). Por ejemplo,
atribuía la poca calidad de la producción literaria a la ausencia de factores
externos –como la escasez de personas interesadas en proveer un conocimiento
del mundo- que pudieran ejercer una influencia positiva en el proceso de
creación. Así mismo abogaba por la necesidad de una crítica genuina que
contribuyera al refinamiento del gusto y discernimiento estéticos. Nicolai fue
además uno de los primeros en darse cuenta de que la ausencia de un área
geográfica central –Berlín se convirtió en la capital de Alemania en 1870-
repercutía negativamente en la esfera cultural de su país. Tener una capital
representaba un paso de avance, pues la ciudad podría tomarse como base
estructuradora e institucional de las aspiraciones intelectuales de la nación
(Fabian 243).
Nicolai fue uno de los defensores del esteticismo,
manifestado en su trabajo editorial. A continuación vamos a compartir algunas
ideas esbozadas en el artículo “Friedrich Nicolai: Creator of the German
Republic of Letters” de Berhard Fabian. En 1756, Nicolai edita junto a Moisés
Mendelssohn los primeros volúmenes de una revista católica encargada de evaluar
las contribuciones hechas a la historia de las artes visuales, cuya importancia
como arma civilizadora y humanista no podía ser ignorada. De aquí, la necesidad
de cultivar habilidades críticas y la apreciación estética con relación a los
espacios artísticos.
Una de las ideas defendidas por Nicolai consistía
en desarrollar y perfeccionar el quehacer visual y la cualidad distintiva en
las artes, mediante la práctica de una crítica rigurosa regida por conceptos
preestablecidos, que contribuiría a la reputación internacional de la nación. Serían
evaluadas las producciones literarias alemanas –escritas por autores establecidos
y emergentes- y además se tendrían en cuenta trabajos impactantes publicados en
Francia e Inglaterra de los que se beneficiarían los lectores locales. En pocas
palabras, se pretendía fomentar un tipo de crítica literaria y artística que
sirviera para estimular a los escritores a someterse a un entrenamiento mental
competente que contribuyera a la formulación y descubrimiento de nuevas
entidades y posibilidades cognoscitivas.
En 1763, después del fin de la Guerra de los Siete
Años, Alemania entró en una fase de recuperación y expansión cultural (Fabian 247).
Algunos estudios recientes corroboran la idea de Michel Foucault, quien designa
la propiedad literaria como una invención del siglo XVIII con la emergencia del
capitalismo y la exaltación del genio del autor (Foucault en Rose 87). Se dice
que Nicolai fue uno de los primeros en usar el término Literatura como área
cultural con una connotación textual y bibliográfica y por tanto separada de
las otras ramas de las Bellas Artes. Inspirado por la aceptación internacional
y el orden de las publicaciones inglesas, se dedicó a promover nuevas ideas
para un proyecto llamado Allgemeine
Deutsche Bibliothek que pretendía presentar cambios en el paisaje literario
del país, y un espacio para el estudio sistemático de la producción de libros
con variadas temáticas (Fabian 247). El Journal
situaba a los escritores en un lugar privilegiado y garantizaba la difusión de sus
trabajos entre un gran número de lectores. Desde luego, la audiencia también se
beneficiaba al poder ampliar su perspectiva cultural, conociendo y consumiendo
libros que habían formado parte hasta el momento de un estrecho círculo de
lectores.
El nuevo concepto de literatura comprendía la
publicación de novelas y manuales de uso práctico, pero también escrituras que
respondían a disciplinas como teología e historia natural (Fabian 248).
Anualmente, se convocaba a una encuesta sobre el tema de la producción
editorial, cuyos resultados se trasmitían como parte del proyecto, para
informar al lector interesado, sobre los progresos alcanzados en los campos del
conocimiento y el aprendizaje. Según las palabras del investigador Fabian, el
proyecto tuvo un éxito rotundo a nivel cultural, como órgano central del Iluminismo,
y se distribuyó ampliamente en Alemania y otros países, aunque no logró obtener
muchas ganancias económicas. Su contenido combinaba ideas conservadoras y
progresistas que incitaban las más diversas controversias políticas, literarias
y filosóficas. Gracias a su empresa editorial y su empecinamiento en defender y
desarrollar el nivel intelectual de su país, Nicolai ha sido considerado como
el fundador de la vida literaria alemana, garantizándole a la ciudad de Berlín
un lugar destacado dentro del mapa cultural internacional que la llevaría a ser
reconocida como una de las capitales europeas indispensables del siglo XIX (Fabian
249).
En un estudio sobre el derroche cultural del Iluminismo,
no precisamente alemán, el investigador Mark E. Wildermuth menciona la
importancia del libro en materias subjetivas como la verdad y la virtud que puede
resultarnos relevante. Así mismo analiza cómo se manejan cuestiones que tienen
que ver con la representación del orden de la sociedad y la naturaleza en los
volúmenes publicados durante el siglo XVIII. El método utilizado por Wildermuth
es básicamente historicista aunque también ofrece nociones teóricas sobre el caos,
la interpretación, y la complejidad que desembocan en la inestabilidad textual.
Elige como caso de estudio la obra de Samuel Johnson, quien defiende el espacio
de la palabra impresa como medio de representación de nuestras percepciones
sobre el mundo que nos rodea y que coadyuva al desarrollo humano en esferas
éticas, estéticas y políticas (Wildermuth 17).
Wildermuth ofrece una visión detallada sobre el
papel de la imprenta en la lucha contra aquellos que presentaban una lectura
confusa del mundo, revelando en gran medida parte de la cultura y la manera de
pensar de los autores de la época. Muestra evidencias que reflejan la capacidad
predeterminada y a la vez movible del signo textual, cuya alcance
representacional, mediador y poder explicativo influyen profundamente en el
entendimiento del hombre y la sociedad (Wildermuth 19-24). Según argumenta
Wildermuth la proliferación de libros en la sociedad europea del siglo XVIII
tenía que ver con su capacidad de almacenar, conservar y trasmitir el
conocimiento (37). La imprenta misma jugó un papel fundamental en la trasmisión
del lenguaje y su estandarización gracias a la publicación de diccionarios y
libros de gramática (Rose 93).
Sin embargo no sólo vale destacar la eficacia
informativa sino subjetiva de la letra impresa, una especie de extensión del
genio, de la facultad del pensamiento, entendimiento e imaginación del ser
humano, una entidad capaz de producir una experiencia mental vívida, real. La
cuestión de la misteriosa indefinición de la palabra impresa durante el siglo
XVIII implicaba, dice Wildermuth, un nuevo tipo de textualidad que servía para
desestabilizar representaciones de la naturaleza y los sistemas de ordenamiento
de la verdad y la virtud, que conllevó al advenimiento de una cultura de la información
donde los textos tanto naturales como aquellos construidos por el pensamiento
humano, podían adoptar nuevas y más creativas configuraciones (38). La hoja
impresa se convierte en una representación de objetos con presencia física o no
(significados tal vez) que se escapan, se transforman o simplemente se
multiplican en nuestra mente; construcciones humanas, esencias sometidas a un constante
e imaginativo proceso de mutación.
La libertad imaginativa puede resultar equivalente
a lo que Wildermuth llama “la matriz caótica,” la cual genera un proceso
natural de reorganización de las estructuras en nuevas combinaciones creando un
tipo de orden diferente (71). La palabra impresa se convierte en un signo
mediador, dice Wildermuth, que hasta cierto punto puede situarnos más cerca de
Dios y el orden de las cosas físicas porque representa un tipo de isomorfismo
resonante que puede ser capturado mentalmente y diseñado para interactuar con
el objeto y su referente (47). En este sentido, puede hablarse de su potencial
como instrumento efectivo para esbozar el juicio estético y, como diría
Wildermuth, el punto de atención para adentrarnos en el riguroso sistema de
formulaciones y asociaciones que existe en la mente del lector donde se
manifiestan complejas categorías (53).
A través de la mediación de la mente, como diría
Wildermuth, las representaciones se vuelvan más inestables e incontrolables
(145). La mente trabaja como un sistema inmunológico procesando información y
configurando estructuras que se organizan junto a otras materias que pueden disiparse,
perderse, transformarse (Wildermuth 156). La idea de las configuraciones mentales
tiene que ver con la teoría de los sistemas dinámicos de Samuel Johnson, quien
reconoció su capacidad para percibir la complejidad del pensamiento en el contexto
lingüístico así como su inhabilidad para llegar a comprenderlo. Johnson
desarrolló lo que se ha denominado como enfoque intuitivo de las dinámicas
complejas, mediante el cual se exponen los límites del pensamiento linear y la
necesidad de creación de una semiótica diferente para entender la interacción
entre el orden y la casualidad (Wildermuth 146).
La mutabilidad del objeto mental, que
dificulta su reproducción, parece invitarnos a cuestionar la inefectividad de
los sistemas de representación, su vulnerabilidad. En este caso se puede asociar
“lo mental” a lo “estético”, la cuestión del conocimiento, y de la palabra
impresa como su medio de manifestación. ¿Cómo saber las verdaderas motivaciones
de una palabra si sólo contamos con su referente aproximado? Intuimos que el
conocimiento puede encontrarse en libros o cualquier otro tipo de material
impreso, sin darnos cuenta de que en realidad nos enfrentamos a
interpretaciones relativas, percepciones mediadas, codificadas, sujetas a un
cambio perenne.
La palabra es un espacio variable, que
trata en vano de representar la grandiosidad, la vastedad y capacidad de
transformación del conocimiento, la sabiduría. Se convierte en objeto estético,
siempre y cuando se complete a través de su manifestación en imágenes mentales
y en la transformación de los lectores (De Bruyn 208-231, Murphy 25-41). Un proceso que
produce en nosotros una momentánea experiencia placentera, pero que también
logrará traernos cierta decepción y desconsuelo, pues debido a su naturaleza
inaccesible, nunca podría ser representado, mucho menos “comprendido” totalmente.
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