Por Eduardo
Rodríguez Solís
Estaba Venancio Urueta sentado en unos
tabiques o ladrillos rojos que sobraron de una barda que se hizo alrededor de
un grupo de casitas. La barda era como una Muralla China que iba a impedir la
presencia de ladrones, vendedores o promotores religiosos en esas casitas de
techos de dos aguas. Estaba adormilado y miraba las cosas “sin mirar”. Estaba
medio en la luna.
Del otro lado, en la casa vecina, unos
niños jugaban con una pelota… Y a veces a ese juguete que parecía un mundo, se
le veía volar… Subía, bajaba, rebotaba y se iba rodando por todas partes. Y
alguno de los niños se sentía el jugador Messi, y todos gritaban Goool.
Hasta que la pelota se elevó demasiado y
cayó en el patio de Venancio Urueta.
Y, extrañamente, la pelota se puso a
botar indefinidamente, y a cada bote se elevaba más y más.
Entonces Venancio Urueta abrió de verdad
los ojos.
Y durante media hora trató de pescar la
bola, pero ésta no se dejaba… Seguía bote y bote.
Hasta que cambió de color, de azul a
rojo, y se quedó inmóvil, absolutamente inmóvil.
Venancio Urueta entonces puso sus manos en la cintura y se dirigió a la
pelota.
--Bueno, ¿te vas a abrir, o te vas a quedar inmóvil, como piedra?
Y
la pelota se fue abriendo, rechinando como si fuera un portón viejo de un
castillo encantado.
Ahí
dentro, recostado en una mitad de la pelota, estaba un duende, vestido de todos
colores.
--Ya me descubriste –dijo el duende--. He dejado de ser el gran secreto
de la vida.
Y
el duende se incorporó y saltó, dando muchas vueltas, fuera de la media pelota.
Conoció entonces Venancio Urueta el ABC de la vida de los duendes y supo
que quien conoce el secreto de la pelota que se abre, conoce de verdad el
camino de la fortuna.
Y
entonces Venancio Urueta caminó veinte pasos y buscó luego en el suelo, y
encontró un dólar, ahí, tirado. Y luego, caminó otros veinte pasos y buscó de
nuevo en el suelo, y ahí estaba otro billete de un dólar.
Y
después de varias jornadas (tres, para ser exactos) se pudo llenar un gran baúl
de viaje, con todos los billetes encontrados, que ya eran más de cinco mil.
Gracias a su inteligencia y don de gentes, el duende se apoderó del
ático de la casa de Venancio Urueta. Ahí, en un rincón, puso ambas mitades de la
pelota. Y se recostó, a veces en una, y a veces en la otra.
Pero vino un ventarrón tremendo (que parecía el fin del mundo) y muchas
casitas perdieron su ático… Y Venancio Urueta perdió el suyo.
Y
el fabuloso y querido duende desapareció, y su efecto mágico, de la fortuna en
los suelos, se fue debilitando, al grado que después de diez rutinas de
caminar, y luego examinar el suelo, aparecía sólo un billete (y no diez)… Y, a
poco, se tenían que esperar periodos de cien rutinas, para descubrir un
billete.
Y
el dinero se fue acabando y al duende no se le volvió a ver por esos
territorios de Venancio Urueta.
Sólo en los sueños se aparecía de repente, con su pelota botadora y con
su fórmula de la fortuna. Pero los billetes que juntaba entonces, se esfumaban,
como se esfuman los sueños y los ensueños nuestros de cada día.
Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha
publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la
revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido
reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre
los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El
señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha
sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos
Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido
representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive
y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)