Por Eduardo Rodríguez Solís
Leopoldo estaba entrando en una
especie de locura. El ambiente que lo rodeaba era nebuloso, como si fuera una
calle de Londres a las cinco de la mañana.
No sabía qué hacer.
Todas las tardes, cuando
regresaba del taller mecánico donde trabajaba, se encontraba, en la esquina de
Avenida D y Magnolia Street, junto a un letrero de “no vuelta a la izquierda”,
un títere desgarrado, desconchinflado.
Y como tenía buen corazón, y
era muy compasivo y amigo de los juguetes, lo recogía con cuidado, y se lo
llevaba a su casa.
Ya en su departamento, se
dirigía a una puerta, que tenía el letrero “cuarto de títeres”… Entraba y
colgaba al nuevo inquilino en una de las cuerdas que iban de pared a pared.
Pero, qué caray, ya eran más de
una centena los títeres ahí colgados. La mitad hombres y la mitad mujeres. Y
todos con vestuario distinto.
Ahí, en ese tendedero, había
payasos, magos, policías, bomberos, hombres elegantes, vagabundos, bailarinas,
mujeres mal vestidas, mujeres bien vestidas, enfermeras, cocineras… De todo.
Ahí había de todo.
Pero lo desagradable de la
situación era que a las doce de la noche, siempre, con luna o sin luna, se
quejaban amargamente todos los títeres. Y en sus reclamos se escuchaba la
urgencia que tenían de volver a actuar en un escenario.
--Pero, ¿cómo voy a resolver
ese problema? –se preguntó Leopoldo.
--El asunto se resuelve si
construyes un pequeño teatro de títeres –dijo una titiresa.
--¿Y quién va a mover todos los
hilos? –preguntó Leopoldo.
Entonces un títere payaso dijo
que los hilos los iban a jalar ellos mismos.
--Unos títeres actúan y otros
jalan los hilos –dijo una titiresa gorda.
Usando tubos de metal y
soldadura, Leopoldo y sus compañeros mecánicos hicieron el esqueleto del
teatro, y las esposas de algunos compañeros de trabajo cosieron telas que se
insertaron en los tubos.
¡Y el teatro más lindo del
mundo quedó listo!
Buscaron todos un lugar para
colocar el teatro y se toparon de repente con un parque que tenía al centro un
quiosco morisco.
--Aquí van a ser las funciones
–gritó Leopoldo.
Y el día del estreno Leopoldo y
sus compañeros mecánicos se disfrazaron de payasos y se pusieron a repartir
volantes para que la gente se acercara al teatro.
--Dos funciones. Dos. Dos
funciones. Dos –gritaban los payasos, y se arremolinaba la gente.
Las primeras dos funciones
tuvieron gran éxito, pero sucedió algo muy extraño. Un viejito llegó con unos policías
de verdad y acusó de ladrón a Leopoldo.
El viejito, llorando, lleno de
rabia, decía que Leopoldo le había robado más de cien títeres.
Leopoldo se defendía diciendo
que él se encontraba los títeres tirados y abandonados en la calle.
En fin, el caso se fue hasta
los tribunales y Leopoldo perdió en parte el caso, y tuvo que regresarle al
mentiroso viejito cincuenta títeres.
Y el día en que Leopoldo pagó
esa multa de cincuenta títeres, todos los títeres del mundo lloraron, sin
parar, más de trescientos días.
Pero el resto de los títeres
siguió con sus funciones en el quiosco morisco.
Con algo de melancolía y con
algo de tristeza se daban las funciones, y los títeres que actuaban pensaban
mucho en los títeres que no podían actuar.
Después de las tantas visitas a
los juzgados y los enfrentamientos con los jueces de la implacable justicia,
Leopoldo se maquillaba el rostro y se volvía payaso, para después ir por calles
enlodadas y empedradas. Había que lanzar pregones para que la gente fuera a las
funciones de títeres.
Se ponía su nariz roja de bola,
y hacía muecas y alharacas. Y pensaba que nuestro planeta, con gente que se iba
y gente que nacía, tenía muchos oficiantes en cada rama. Eran demasiados los
que querían ser médicos… Lo mismo sucedía con los carpinteros, los músicos y
hasta con los títeres del mundo.
Muchos hacían las cosas y
muchos tenían que resignarse observando el trabajo de los afortunados.
Eduardo Rodríguez Solís
(D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de
la revista Mester, del Taller de Juan
José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre
los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido
premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho.
Su obra de teatro Las ondas de la Catrina
ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York.
Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)
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