Por Eduardo Rodríguez Solís
Cuando fueron a la parte de
atrás de la casa que se rentaba tuvieron ante sus ojos una gran tinaja de
barro, convertida en un macetón lleno de flores.
--¿Y esta cosa tan rara?
–preguntó uno de ellos.
--Es un tinajón de Camagüey
–dijo el viejito que cuidaba la casa.
--¿Y qué es eso de Camagüey?
–alguien preguntó.
--Camagüey es un pueblo mágico.
Está en territorio cubano. Y ahí si quieres vivir en una verdadera casa, la
casa tiene que tener un tinajón –dijo el viejito.
Entonces el viejito, después de
desplegar un mapa del caribe, y de señalar con una marca dónde estaba Camagüey,
dijo que al principio de los principios, cuando no había acueductos, la gente
del lugar almacenaba el agua de lluvia en un tinajón. Y con este líquido la
pasaban más o menos bien en las épocas de calor y de sequía.
Y luego, el viejito brincó y
dio como tres vueltas en el aire, como acróbata profesional, y se transformó en
una especie de hechicero. Entonces, su vestimenta era muy colorida y llena de
cosas que colgaban.
--Y déjenme decirles que si
alguien llegaba a tu casa y bebía agua de tu tinajón, uno tenía que volver y
volver y volver a visitar tu casa, como si estuviera encantada –dijo el
viejito, danzando alegremente por todo el patio.
Después de esta gran actuación
del viejito, la familia decidió rentar esa casa, pero se metieron en la cabeza
limpiar el tinajón, para que volviera a ser depósito de agua de lluvia.
Entonces, sacaron tierra,
plantas y flores del tinajón, y con todo esto, adornaron las esquinas del patio
y del frente de la casa.
Y una noche cayó un gran
aguacero y el tinajón se llenó de agua de lluvia, y toda la familia vio a
través de una ventana, que muchos duendes y pequeñas hadas corrían y
revoloteaban alrededor del tinajón.
Con esa agua mágica hicieron un
gran negocio, pues agregando jugo de limón y azúcar morena hicieron una
limonada que vendieron de casa en casa.
Y toda la gente del barrio, al
probar la limonada, se volvió gente buena y amable, cosa que antes no era.
Y el barrio se volvió una
ciudad inmensa, pues todos querían estar cerca del tinajón mágico.
Y cuando ya no cabía ni un
alfiler más en el barrio, alguien tuvo la idea de construir tres edificios tan
altos como el Empire State Building de la ciudad de Nueva York.
Ahí, albergaron a ciento
cincuenta familias en cada uno… Y esas torres se volvieron los condominios más
poblados del planeta.
Y cinco años después, alguien
tuvo la feliz idea de estacionar, anclado a la punta de una de las altas
torres, un enorme zeppelin, que se volvió un Mall prodigioso, donde había de
todo.
Qué barbaridad… Lo que se puede
hacer con un tinajón de Camagüey…
Eduardo Rodríguez Solís
(D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de
la revista Mester, del Taller de Juan
José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre
los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido
premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho.
Su obra de teatro Las ondas de la Catrina
ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York.
Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)
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