Por Eduardo
Rodríguez Solís
Le habían dicho que con luna llena había
que subir al techo de la casa.
Pero le subrayaron bien que esta acción
se tenía que realizar teniendo de fondo música de Tchaikovsky.
Entonces se consiguió en un tianguis un
CD con fragmentos de los ballets de este compositor ruso.
Si hacía con cuidado y precisión estas
acciones se le podía aparecer una paloma mágica.
Y con esta aparición podía transformarse
la paloma en una mujer hermosa.
Esta locura que quería experimentar
Emiliano Anzures había salido de un viejo libro de leyendas.
Ahí, entre las páginas amarillentas,
estaba un grabado de la paloma mágica que se volvía mujer esplendorosa… Una
mujer que, de verdad, era como la hermana gemela de la Monalisa, de Leonardo Da
Vinci.
Pero qué ensueños y pesadillas había
tenido Emiliano Anzures pensando en esa extraña mujer.
Ella, la doble de la Monalisa, se había
convertido en su gran amor. Ella, esa mujer de mirada penetrante, era la reina
de su corazón.
Muchas veces esta damisela encantadora
había caminado en las fantasías del joven Emiliano. Y, desde luego, había sido
amante apasionada, que reía al verlo y que lloraba cuando había que decirse
adiós.
Entonces, Emiliano Anzures conocía el anverso y el reverso de esta casi
Monalisa. Y bien que sabía que antes de ser mujer fue paloma mágica.
Y la veía volar a veces, y la veía cruzar
nubes y tempestades. Y la veía danzar
cerca de él, pero esa extraña realidad se desmoronaba cuando se ponían los pies
en el suelo.
Por eso, y sólo por eso, estaba decidido
a treparse al techo de su casa, con el marco de la música de Tchaikovsky.
Al hacer esto, sus ilusiones se iban a
volver realidades de verdad.
Y con la noticia de la luna llena, llegó
la esperada noche, y recargó una escalera de metal a un lado de su casa, y se
trepó con su reproductor de discos compactos.
La noche estaba tranquila. El silencio lo
envolvía todo.
Y cuando la música de Tchaikovsky se puso
muy intensa, cuando los violines y las violas atacaban los sonidos con mucha
fuerza, de no se sabe dónde, apareció una luciérnaga, que se fue haciendo
grande y grande, hasta tener la estatura de un hombre o una mujer.
La
luciérnaga, que llevaba una coraza de hierro, después de darle varias vueltas a
Emiliano Anzures, se plantó ante él y le habló con mucha seguridad.
La luciérnaga dijo que cuando alguien
lograba entrar al universo de la paloma, que era también mujer parecida a la
Monalisa de Leonardo Da Vinci, las cosas pasaban y no había manera de ir atrás
con el tiempo. Entonces, se caminaba en ese sendero quizás mágico, pero no se
podía volver por el camino andado.
--No hay problema conmigo… Lo que sea, que
suene –dijo Emiliano Anzures.
Entonces la luciérnaga, que resultó ser
la Reina de las luciérnagas, hizo una señal y se acercó volando una inmensa
nube de luciérnagas, que se volvió una niebla que no te dejaba ver… Y detrás de
esa nube se adivinó la presencia de una paloma…
Y precisamente cuando la música de
Tchaikovsky llegó a un largo monólogo tocado por el arpa, vino la
transformación que todos esperaban.
Ahí estaba. Era la Monalisa, con su
sonrisa cautivadora.
Enseguida, la luciérnaga y todo,
absolutamente todo, se volvió blanco… Y la Monalisa y Emiliano Anzures
estuvieron frente a frente, reconociéndose, observándose… Y del CD surgió un
vals, que hizo que los dos cuerpos se juntaran.
La pareja giró y giró, hasta casi caer en
el éxtasis.
De pronto, Emiliano Anzures, el
protagonista de este cuento, volteó hacia los lectores de estas páginas y,
queriendo decir mucho, sólo alcanzó a decir…
--Y ahora… ¿Qué es lo que sigue?
Y todo, absolutamente todo, se fue desintegrando,
hasta volverse un fino polvo de color dorado… Y los finísimos granos de ese
polvo se fueron surcando las líneas de luz de esa noche de luna llena…
Después de esos acontecimientos, Emiliano
Anzures ya no tuvo ensueños donde la presencia de la casi Monalisa estaba en
primer plano… Se volvió un gran solitario que a veces escuchaba fragmentos del
“Lago de los cisnes” o “La bella durmiente”.
Luego vino una triste época en que
Emiliano se aficionó a los supuestos deleites del alcohol.
Y
en una de sus farras solitarias perdió el equilibrio y se fue el suelo,
arrasando con todo lo que tenía en una mesita… Y se rompió un cenicero que
tenía el dibujo de la Torre Eiffel y se destrozó el CD de la música de
Tchaikovsky.
Pasó el tiempo y a Emiliano Anzures le
creció cabello cano, y dentro de su cabeza se fueron perdiendo todos los
apasionados momentos que vivió al lado de la casi Monalisa.
La música y las imágenes de la paloma
mágica y de la mujer esplendorosa se volvieron detalles del pasado.
Y un poco antes del final de su camino en
este planeta, Emiliano escuchó una vez fragmentos de “La bella durmiente”, de
Tchaikovsky, y sus recuerdos se le revolvieron con otros pasajes de su vida.
Así sucede con nuestra mente. Muy pocas
cosas se conservan intactas en nuestro interior. Nuestros archivos personales
tienen una capacidad que se diluye, y muchas veces se esfuma con el tiempo.
--Si hubieras tenido la cansada costumbre
de escribir, sin parar, un diario, los recuerdos tendrían más brillo –dijo de
pronto la sombra o el ángel de Emiliano Anzures.
Eduardo
Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el
primer editor de la revista Mester,
del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El
señor que vestía pulgas. Su cuento San
Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro
Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así
como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)
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