Por Eduardo Rodríguez Solís
La noche estaba tranquila. El
cielo no tenía nubes y se veía con claridad un universo de estrellas. Había de
todos tamaños. Había unas estrellas que eran diferentes. Como que cambiaban de
color. Las veías con un ojo y eran de un color. Las veías con los dos ojos y se
volvían como árboles de navidad.
Yo tomé una hoja de papel y
dibujé ahí un puñado de luceros. Hice una calca de lo que veía en el cielo.
Después tracé líneas de una estrella a otra. Y apareció la imagen de un dragón.
Se veía imponente. Parecía un animal salido de una leyenda. Daba miedo, pero
era de confiar. Todo dependía de uno. Había que estar firme ante las sorpresas.
Así tenía que ser.
Entonces imaginé que ese ser
extraño podía ser un buen amigo. Y le puse nombre: Alexandra, La Brillante.
Nació enseguida algo que
parecía un cuento… Alexandra era la reina de una parte del espacio. Vivía
siempre sola y no le gustaban las conversaciones. Era una reina solitaria,
triste, melancólica.
Habitaba una casona más vieja
que el tiempo, con muros húmedos y llenos de musgo… A esta reina le gustaba ver
a veces el vuelo de los pájaros. Y se creía un pájaro azul. Y en sus ensueños
volaba.
Pero su figura de dragón no le
ayudaba. Quien la veía le daba la vuelta o se seguía de largo.
Como no me gustó el
experimento, borré los trazos y volví a unir lucero con lucero. Y después de
muchas líneas, surgió la figura de un león… Era un animal que cuidaba una
selva. Ahí sólo se entraba si había un permiso. Y el león era muy duro. Parecía
una roca que no se rompía para nada. Era un monolito impresionante.
Pero la furia de ese animal se
tambaleó cuando llegó una ardilla que cantaba en varios idiomas… Si le tirabas
una nuez te entonaba una canción de amor… Si le arrojabas una almendra te
cantaba, como soprano de la ópera, algo muy dramático.
Aburrido, borré de nuevo los
trazos y quise empezar de nuevo… Y dibujé por todos lados, hasta tener con
claridad un rostro de payaso.
Y ese payaso divirtió a todo el
mundo… Era un artista de verdad… Lo mejor de lo mejor…
Pero un viento que se coló por
mi ventana hizo volar mi hoja de papel… Y mis ilusiones se perdieron en esa
noche estrellada… Mi hoja de papel se fue hacia arriba y casi llegó a los
territorios de la luna…
Cuando vi que la hoja perdía
altura y empezaba a caer, me levanté de la cama. Bajé las escaleras y salí a la
calle. Y busqué con ansiedad.
Al rato, el dragón y el león me
empezaron a perseguir, y yo, me fui a refugiar a un circo, donde me hice amigo
del único payaso que ahí actuaba.
Con el tiempo, aprendí los
menesteres de los clowns, y me hice mi disfraz.
Entonces se formó una pareja de
payasos única, insuperable.
Y había colas de kilómetros
para entrar a nuestro circo de la ilusión.
Pero los vientos, sean fuertes
o sean suaves, se llevan las hojas de papel, y todo se vuelve un recuerdo que
se va borrando…
Eduardo Rodríguez Solís
(D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de
la revista Mester, del Taller de Juan
José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre
los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido
premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho.
Su obra de teatro Las ondas de la Catrina
ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York.
Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)
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