Por Eduardo Rodríguez Solís
Una bisnieta viene de visita a
Houston, y no se despega de su teléfono, donde envía mensajes inteligentes,
como: “Tengo ganas de una Big Mac. Pero, #@%*, no tengo dinero.”
Cuando termina su visita,
después de haber completado su mensaje 5365 del viaje, se va de regreso a su
“casa”.
Como tiene dieciséis años y ya
lo sabe todo, “porque ya es grande”, se le deja en el aeropuerto, y ella
solita, teléfono en mano, documenta su “maleta” y se va a sentar a la salida
que le toca.
Ahí, sigue con sus mensajes
inteligentes: “Tengo flojera. #@%*. Quiero dormir cien horas seguidas”, etc.
Por el altoparlante del
aeropuerto se escucha que el vuelo de la niña ha cambiado su lugar de salida.
En lugar de salir por la puerta A-9, los pasajeros tienen que salir por la
puerta A-13.
Como la niña no escucha el cambio
de puerta, porque está ocupada con sus importantes mensajes telefónicos, pierde
su vuelo.
Y se inicia la tragedia griega…
Su “maleta” se ha ido de viaje y ella, la niña inteligente, se ha quedado
llorando, rodeada de un mundo que no la entiende.
--Todo es una caca –dice la
niña inteligente.
La niña de dieciséis años entra
al baño porque le urge “hacer una necesidad”.
Cuando regresa al lugar donde
estaba sentada trata de hacer una llamada, pero su teléfono está descargándose…
Y se acuerda que el “cargador” se fue de viaje con su “maleta”.
Entonces empieza a caminar en
los pasillos del aeropuerto y va pateando una envoltura de un dulce… Se imagina
que anda en un parque inmenso, pateando un envase de refresco. Hace calor. El
sol está tremendo.
Al rato ya está en las afueras
del aeropuerto. Hace frío y se siente hasta en los huesos.
Camina la niña y estornuda
varias veces. Saca de su mochila una
bufanda gris y se la pone alrededor del cuello.
No sabe qué hacer.
--La vida es #@%* --dice para
sí.
Llega a una gasolinera. Se mete
a la pequeña tienda que está ahí, y se sirve un café y le pone azúcar y crema.
Trata de pagar, pero el encargado, un vietnamita, le dice que no tiene que
pagar.
--Como eres bonita, se te
perdona la deuda –dice el oriental.
--#@%* you –dice para sí la
niña.
Sale la niña de la tienda y se
siente un poco mareada. Se mete en la parte trasera de una camioneta cerrada y
se recuesta… Y se queda profundamente dormida.
Sueña. El avión ha hecho un
vuelo perfecto. El piloto ha sabido evitar las tantas bolsas de aire y ha
realizado un aterrizaje de primera. Sus abuelos la reciben con abrazos y
alguien le da un ramo de flores azules.
La realidad regresa… La
despiertan. La hacen bajar de la camioneta. Escucha el ruido del mar y se da
cuenta que está en Galveston.
Vuelve a llorar.
Poco después, cuenta su
tragedia griega a una señora que parece gitana.
Esta dama, que le ha brindado
su casa a la niña, ha traído una caja de cartón llena de cargadores de
teléfono. Ahí hay uno que le queda a su aparato. Entonces lo conecta, y logra
hablar con sus parientes de Houston.
A las dos horas la rescatan, y
se aleja de Galveston. Está contenta. Va comiéndose una Big Mac y ya empieza
con una nueva lluvia de mensajes.
Se siente una triunfadora.
Eructa, por los gases de su
refresco de cola.
Pasa un poco de tiempo… Cuando
la niña de dieciséis años toma su avión y llega con sus abuelos, después de un
vuelo con muchos saltos, se siente más feliz que una lombriz.
A los dos días de haber llegado
a esas costas de California, la niña sale con su bicicleta y se va hasta un
mirador que hay en la carretera. Fuma con mucha habilidad… Mientras observa el
lindo panorama tiene muchas dudas sobre su futuro. Quiere dejar la escuela y
desea tener un trabajo de mesera o de lo que sea.
Ahí, en el mirador, conoce al
hijo de un Presidente de una nación africana.
A los quince días de este
encuentro, la niña de los mensajes inteligentes hace un vuelo muy largo y llega
al África, donde se le recibe como una reina.
--La vida es muy bonita –dice
para sí la niña--. Pero, #@%*, qué gente tan rara –comenta al ver a un grupo
danzando con mucha alegría.
Eduardo Rodríguez Solís
(D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de
la revista Mester, del Taller de Juan
José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre
los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido
premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho.
Su obra de teatro Las ondas de la Catrina
ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York.
Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)
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