Friday, August 23, 2013

GARABATO No. 20

      



Por Eduardo Rodríguez Solís


      El viejito, que traía barba como de Santa Claus, que vestía con colores chillantes, que traía colgado al cuello un radio de transistores, de donde salían rumbas y guaguancós, a volumen medio, puso su costal de mercancías en el suelo y, después de respirar profundamente, empezó a hablar.
      Dijo que él, allá en Guantánamo, en Cuba, cuando era un niño, se ponía sus patines de ruedas metálicas, recién aceitadas, y se deslizaba en una calzada que subía y subía, hasta el final de una cuesta, y ahí daba la vuelta y se preparaba para bajar como un bólido.
      Entonces se enconchaba y se dejaba llevar por los vientos. Alcanzaba velocidades hasta de sesenta kilómetros por hora y, si volteaba para abajo, veía que de sus patines saltaban chispas esplendorosas.
      Cuando iba en esa bajada, a medio camino, se cruzaba siempre con una niña bonita, que llevaba una bicicleta Silver. Este vehículo de dos ruedas brillaba como el sol. Su tripulante, ante los ojos de todos, se pavoneaba, se sabía lucir, y hacía el zapa-zapa, como los africanos. Esa niña inquieta vivía en una casita de la calle Martí, esquina Paseo.
      En el momento que la niña volteaba su bici, y empezaba su descenso, el viejito, que entonces era un niño, imaginaba que la niña de la bicicleta Silver se volvía un pegaso, que era más que un caballo con alas. Y la veía elevarse hasta las nubes.
      Y se imaginaba que él, el niño de los patines de metal, iba trepado en ese caballo alado… Llegaban así a una especie de ranchito, donde se movían los polluelos de un gallinero, como si fueran bailarinas de ballet.
      Sabía bien ese niño que la niña de la bici Silver no corría en patines, porque alguna vez, tratando de hacerlo, rodó por los suelos… Los dos niños eran expertos en lo suyo de cada quien. El niño era una maravilla deslizándose en patines y la niña era muy docta manejando su bici Silver.
      A él le gustaba ver el vuelo de los pájaros y a ella le fascinaba observar la noche y sus estrellas.
      Tenían gustos diferentes… Y ese viejo, que en su costal traía corbatas y listones, dijo que una vez se fueron los dos niños al campo. Y que él se metió al río hasta hundirse totalmente, y que ella, la niña de la bici Silver, al estar bajo los árboles, sintió caer piedras del cielo… Hasta que los dos se dieron cuenta que eran aguacates maduros.
      El viejito, que se parecía a Santa Claus, nos dijo de pronto que ya era hora de seguir recolectando corbatas y listones… Entonces, impulsó el costal hacia sus espaldas, y dijo que se iba hasta detrás de las montañas.
      Cuando casi se perdía en el horizonte, todos los que ahí estábamos, vimos cómo el viejo volvió a ser niño, y lo observamos en sus patines de ruedas de metal… Y nos pusimos a pensar que detrás de ese horizonte andaba, en su bici Silver, la niña bonita que le había robado el corazón.
        


Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)


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