Sunday, August 4, 2013

GARABATO No. 18


Foto: Jesús Alejandro




      Por Eduardo Rodríguez Solís


      Este Joaquín Salgado, que es el personaje del cuento de hoy, una vez se llenó de fortuna. Tenía años de buscar en el suelo, en la basura, en cualquier lado, algo que los niños tiran a la basura cuando hay aburrición. Ese algo eran cochecitos de metal con ruedas de hule, que eran copias exactas, a escala, de automóviles de muchos modelos.
      En un ropero viejo que le había dado su abuelo ponía sus minúsculos tesoros. Y ahí, señoras y señores, había de todo. Cadillac, Ford, Mercury, Studebaker, Volvo, Fiat, de todo, y de todos colores.
      Y el día de la fortuna llegó… Alguien tocó en su ventana. Era un hombrecillo muy pequeño que parecía árabe. Vestía todo de rosa y su turbante era muy hermoso.
      --Soy el Señor de la Fortuna –dijo el pequeño ser.
      Vinieron entonces los discursos y las explicaciones, y Joaquín Salgado se dio cuenta que este fantástico ser era un mago bueno. Hacía que las cosas se volvieran de verdad.
      Este hombre de la fantasía que se llamaba Racarraca, sacaba un alfiler dorado que traía en su turbante, y con ese instrumento tocaba algo, y ese algo cobraba vida.
      Un oso de peluche se volvió de verdad, y lo tuvieron que llevar al zoológico. Una casita de plástico, que pusieron en un parque, al lado de unos árboles, se volvió una bonita casa de dos pisos, que luego fue regalada a una familia que dormía en la calle. De un avión de madera se hizo un potente avión de dos turbinas, y muchos niños se pudieron ir a Disneylandia.
      Pero lo increíble de esta historia empezó cuando Racarraca descubrió el gran tesoro de Joaquín Salgado.
      --Con estos coches te vas a volver famoso –dijo Racarraca.
      Y tomó un Cadillac, que sacó a la calle. Luego, empuñó su alfiler dorado y el coche creció hasta volverse una belleza de vehículo.
      Después del milagro, la gente se acercó y muchos querían comprar el dichoso coche.
      Acto seguido, se repetía la acción con otros cochecitos y la gente (la gente que no tiene nada que hacer) se acercaba y casi se mataba por el nuevo automóvil.
      Fue entonces cuando Joaquín Salgado y Racarraca se fueron a un terreno abandonado y ahí le dieron vida a otros cochecitos. Y pusieron un letrero muy grande: “Los mejores autos usados.”
      Luego elevaron globos llenos de gas y toda la gente se dio cuenta que había llegado la hora de adquirir un auto diferente. Porque ahí, en ese negocio de autos usados, había de todo… Porsches, Mercedes Benz, Ferrari, y hasta limosinas largas y elegantes.
      Ah, pero los dineros se guardaron en el banco, separando, siempre, un cincuenta por ciento de las tremendas utilidades. Esta parte se repartía en las noches. Y las puertas de la gente que apenas si vivía amanecían con una lata de conservas vacía, repleta de billetes de veinte.
      Joaquín Salgado decía que su acción era semejante a todo lo que hacía Robin Hood, un asaltante inglés que robaba a los ricos, y que repartía parte de sus ganancias entre los pobres.
      Racarraca le decía a cada rato: “Joaquín, amigo del alma, te vas a hacer famoso y te vas a ganar un lugar en el cielo.” Joaquín cerraba los ojos y al rato ya estaba sumergido en un sueño profundo… Estaba entre nubes, vestido todo de blanco… Ya no vivía la existencia nuestra, estaba en otra esfera, en otro mundo…
      Y sí, cuando Joaquín Salgado dejó de existir entre nosotros, se fue directo al cielo. Bueno, eso me dijeron los ángeles, que lo saben todo.
      Racarraca desapareció del mapa y los niños aburridos siguieron tirando cochecitos a la basura. Y, claro, los coleccionistas de esos juguetes siguieron con esa vieja tradición de llenar los roperos de los abuelos… Pero ya no hubo alfileres dorados que transformaban la realidad.



 Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

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