Foto: Jesús Alejandro |
Por Eduardo Rodríguez Solís
Ese verano Mauricio, que era un
niño de cuarto grado, apenas sus padres se iban a trabajar, él se salía de la
casa. Se ponía a buscar cosas. Pero no miraba el piso o entre las plantas. No.
Se acercaba a las casas y se asomaba por las ventanas. Ahí, buscaba y buscaba.
Esa era su costumbre loca… Sus
amigos decían que se estaba volviendo loco, por mirar por las ventanas, en
lugar de disfrutar lo que nos da la naturaleza.
--Bueno. Cada quien a lo suyo
–decía uno de sus amigos.
Pero resulta que un día la vida
se complicó. Miraba Mauricio por una ventana y se reía al ver el juego de dos
gatitos. Uno perseguía a otro, y en su carrera, tiraban estatuillas de
porcelana.
--¿Qué haces aquí? ¿Qué tanto
miras en mi ventana? –gritó un viejo de melena alborotada.
--Es que me gustan los gatos
–dijo Mauricio, medio asustado.
--Pues tú te me largas de aquí.
Y que no te vuelva a ver cerca de mi casa, porque te lleva el diablo –dijo el
viejo.
Mauricio corrió. Estaba
enojado. Pero pensaba en el diablo. Y eso no le gustaba. Todo lo que tenía que
ver con el diablo era cosa mala.
De pronto, echó la mirada al
suelo y se encontró con una piedra enorme. La recogió y sintió su peso.
--Con esta piedra ese viejo se
va a acordar de mí –se dijo Mauricio.
Guardó la piedra en su mochila
y siguió corriendo.
Cuando llegó a su casa buscó su
cuaderno. Sacó la piedra y la dibujó. Luego, en otra hoja, garabateó muchas
caras de gato. Mientras hacía esto, maullaba de distintas maneras.
Después, localizó un lápiz rojo
y se puso a hacer un diablo, con trinche y cola larga.
Imaginó entonces que el diablo
se volvía de verdad… Se trataba de un diablo bueno, amigo de todos los niños.
Ese diablo era como un mago,
pues desaparecía cosas y sacaba flores de cualquier lugar. Luego, ese personaje
rojo, se volvía león, tigre, perro, diferentes animales.
A la hora de la cena, Mauricio
casi no habló. Nada más pensaba en su piedra y lo que iba a hacer con ella.
Se fue a la cama y se quedó
dormido. En su ensueño él, Mauricio, era un gatito perseguido por otro. La
corretiza ocurría en un edificio abandonado, que tenía mucho graffiti
estrambótico.
Al día siguiente, en alguna
parte de su barrio, se escuchó un ruido… ¡Cuasss! Una piedra destrozó el vidrio de una ventana.
Mauricio se vengó del viejo, que casi echaba espuma por la boca.
(El niño estaba escondido detrás
de un grueso y alto roble. Dibujaba caritas de gato en su cuaderno.)
Vinieron días de tristeza y
desconsuelo. El niño Mauricio se sentía mal. Sabía que había hecho una cosa muy
mala.
Hasta que un día, pateando
latas vacías de refresco y cerveza, y envolturas de cigarros y dulces, pateó Mauricio
con mucha fuerza algo extraño… Era una cartera que tenía muchos billetes y un
ticket de la lotería que alguien había perdido.
En la noche, Mauricio se puso a
pensar y decidió hacer una nota con letras grandes: “Mi hijo rompió el vidrio.
Aquí hay dinero para reparar su ventana. También hay un ticket de la lotería
para que usted se vuelva rico”.
Dobló el papel y lo metió en
una bolsa de plástico como las del supermercado. Metió también cinco billetes
de los que había encontrado en la cartera.
Esa noche durmió plácidamente y
no tuvo sueños, ni malos ni buenos.
Al otro día amaneció lloviendo
y Mauricio caminó bajo la lluvia hasta la casa del viejo.
El hombre de la melena
alborotada tenía un cartón cubriendo la ventana rota.
Por un hueco, el niño Mauricio
deslizó la bolsa con la nota y los billetes. Y se regresó corriendo a su casa.
--Me voy a alejar de esa
cochina casa –pensó Mauricio.
Tiempo después, el niño
Mauricio se animó a pasar por la casa del viejo del cabello alborotado… Y la
casa estaba recién pintada, con todas sus ventanas de aluminio. El viejo le
había pegado al premio gordo de la lotería.
Mauricio estaba dibujando
caritas de gato cuando le dieron la noticia. Su amigo imaginario, el diablo rojo,
tenía una guitarra eléctrica en sus manos y, con mucha pasión, cantaba algo de John Lennon.
Eduardo Rodríguez Solís
(D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de
la revista Mester, del Taller de Juan
José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre
los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido
premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho.
Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en
muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en
Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)
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