Sunday, June 30, 2013

SHARK, STAR AND BEYOND


Photograph by Zach Gresham



Building Blocks: A Happy Picture Book





















































































































































Photograph by Zach Gresham


Monday, June 24, 2013

GARABATO No. 14


                                                   Foto: Jesús Alejandro 



Por Eduardo Rodríguez Solís


      A Salvador le decían El Pelotas, porque andaba a rape. Era pelón como una sandía. Y andaba así desde una vez que lo invadieron los piojos. Fue cuando lo llevaron a la feria de San Felipe, cerca de la laguna de Pátzcuaro.
      Ahí fue donde le dijeron que el lago de Pátzcuaro era una laguna. Pero nunca le dijeron cuál era la diferencia entre un lago y una laguna.
      En aquella ocasión se le subieron los piojos blancos y negros. Pero sólo se dio cuenta cuando regresó a la ciudad de México. Sintió la picazón. Al principio eran como piquetes de alfiler, pero luego se sentían como mordidas de ratones o murciélagos.
      El sufrimiento maldito no paraba… Hasta que un doctor recomendó la pelada al rape.
     Su primera noche, ya siendo El Pelotas, fue preciosa, pues pudo dormir como un tronco.
     Luego, Salvador o El Pelotas se hizo de la costumbre de treparse a la azotea de su casa de tres pisos. Y ahí se quedaba, mirando sin mirar a ningún lado, como una estatua, como un soldado de plomo.
      Y cuando venía el cansancio, se recostaba en una esquina, y se quedaba medio dormido, hasta que su mamá subía por él.
      --Es que espero la llegada de los pájaros azules –decía El Pelotas--. Algún día tienen que llegar.
      Pero la mamá sabía que esos pájaros azules nunca llegarían, porque la ciudad estaba súper contaminada.
      El Pelotas, Salvador, bajaba las escaleras triste detrás de su madre… Los pájaros azules no habían llegado y entonces todo era una porquería.
      Pero un día, El Pelotas se quedó con la boca abierta… Un pájaro azul estaba en una de las macetas de su balcón.
      El pájaro se veía nervioso, pero no le asustaba la cercana presencia de El Pelotas, quien estaba observando detrás de una cortina.
      Un domingo Salvador abrió las puertas del balcón. Y el pájaro ni fu ni fa, no se movía, pues parecía sentirse en su casa.
      --No te voy a hacer nada –dijo Salvador, El Pelotas.
      El pájaro azul voló hasta uno de los hombros del niño, y habló.
      --He volado desde muy lejos. Y me ha costado trabajo encontrar un lugar placentero. Y aquí parece que todo está bien –dijo el pájaro azul.
      --Esta es tu casa –dijo El Pelotas.
      --¿De verdad, no molesto? –preguntó el pájaro azul.
      Y se hicieron amigos. Y El Pelotas, Salvador, le enseñó al pájaro azul algunas palabras en español, y el pájaro azul le mostró algunos secretos del arte de volar.
      Y una noche se atrevieron y pudieron elevarse, uno tras otro, hasta las nubes. El pájaro azul estaba contento y El Pelotas, fascinado. Empezaba a conocer, de verdad, el arte del vuelo.
      El Pelotas, Salvador, le dijo a su mamá que necesitaba una t-shirt con el logotipo de Superman.
      --¿Te vas a poner a volar? –preguntó sonriendo su mamá.
      --A lo mejor se me hace el milagro –dijo El Pelotas.
      Pero un día el pájaro azul se fue. Tenía que volar hacia otros lugares.
      Salvador se quedó solo, completamente solo, y amarró su t-shirt de Superman a un palo. Y pensó que ésa era su bandera.
      Y llegaron por ahí, gracias a su colorida bandera, muchos pájaros. Eran pájaros grises, color beige, negros… Pero no había pájaros azules.
      Entonces el niño pensó que los pájaros azules eran mágicos. Y que se aparecían cerca de los niños solitarios. Ese pensamiento rondó siempre en la cabeza de Salvador o El Pelotas.
      Y cuando surcaba los cielos, siendo ya un piloto aviador, y tenía familia e hijos, a veces volaba cerca de los pájaros azules. Y entonces se sentía con un espíritu lleno de un amor muy especial…
      Un amor que conoció fugazmente cuando niño, cuando no tenía cabello, gracias a los piojos blancos y negros.  
   

Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

Thursday, June 20, 2013

ÁNIMAS




Por Nara Mansur

De su poemario Un ejercicio al aire libre (2004)


Camino por la calle Ánimas. Hoy  hice algo por primera vez
algo se abrió, algo se abre, una cascada de espuma suave
una inyección de nitrógeno en mi aburrimiento
en la suave quietud de los prospectos y los calmantes del corazón.
Quiero correr por la calle Paseo
en la que los autos no se detienen.
Quiero decirle a mi madre: lo hice, lo hago, lo estoy haciendo
me duele el corazón que me construiste, las venas, la sangre
del pulmón al cerebro sin paradas en estaciones intermedias.

A lo lejos veo una muchacha que hace la peor pregunta de su vida
dice “otra vez” entre signos de interrogación.
Oye la dulce lengua de los que aman callados y no sabe
que esto es sólo el inicio, la primavera de un entrenamiento
en el que se cruza un puente a oscuras
y nadie se da cuenta.

¿Por qué a la larga mis conversaciones son la máscara
de una verdad sin retorno?
Los principios me acechan, me dan la vuelta
miran mi espalda como los amantes crueles
que no reparan en el lunar de la nuca y bajan, bajan
hacia el paisaje vegetal.

Necesito la voz de mi madre, su pelo.
Amo su manera de reír, el abandono
cuando parece que no lo sabe, y es más joven que yo.
El tren, el autobús pasará, el avión sin alas.
Las figuras del cuadro al fin iniciarán la cena
y mi frente será arrugada
como las naranjas que me arrancan el esmalte de los dientes.

Espero el retorno, espero la letanía de lo imprevisto
cada vez cumplo menos años, me volatilizo.
Tengo tu foto adherida
pegada con goma barata en mi luna córnea
camino a través de tu rostro.
La ciudad es la ciudad que existe detrás de tu cuerpo
tu chaleco azul, los ojos haciendo el día más gris
tus ojos mirando a mi padre celebrar su cumpleaños
verlo feliz, a él, que pide refresco para su hermana
y son dos niños de padres inmigrantes en un pueblo de campo.

El camino está lleno de frituras y carne.
El aceite sirve para resbalar, de canal cosmonáutica.
Me duele el hombro izquierdo, la manía del contoneo dramático
los ojos enrojecidos porque no he tomado nada
y la ausencia es la exagerada carencia de mi almita de heroína
hablando siempre de ética
de cirugía del corazón, de perdedores con éxito
de otras calles por donde caminas
en las que hay un apartado rincón que te contiene.

Allí habrá un libro deshojado, sin carátula
correrán los niños de siempre, con la pelota de siempre
que irá a dar a tus pies.
Sonreirás y seguirás de largo
ensimismado en ti, en los libros que no leo.

Llegarás al final de la calle.
La primera línea de mi carta vuelve a tu memoria
y reconstruyes entonces lo que ya sabes:
los autos que no se detienen en Paseo
la manera casi enfermiza en que recuerdo a mi madre
a mi padre, la luna córnea que me sobrevive
tú, tus ropas, la abertura en mi corazón
y los niños de la calle que te entregan esta carta.



Nara Mansur es poeta, autora de textos para la escena y crítico teatral. Ha publicado los poemarios Mañana es cuando estoy despierta (2000) y Un ejercicio al aire libre (2004). Recibió el Premio Nacional de Poesía Nicolás Guillén 2011 por su cuaderno Manualidades así como el Premio de la Crítica Literaria 2011 por su libro Desdramatizándome. Cuatro poemas para el teatro. Sus textos Ignacio & María y Charlotte Corday. Poema dramático han sido llevados a escena por los grupos Teatro D’Dos y la Guerrilla del Golem. Actualmente es colaboradora del Estudio Teatral El Cuervo que dirige Pompeyo Audivert en Buenos Aires.

Saturday, June 15, 2013

GARABATO No. 13


Foto: Jesús Alejandro



Por Eduardo Rodríguez Solís


      Ese verano Mauricio, que era un niño de cuarto grado, apenas sus padres se iban a trabajar, él se salía de la casa. Se ponía a buscar cosas. Pero no miraba el piso o entre las plantas. No. Se acercaba a las casas y se asomaba por las ventanas. Ahí, buscaba y buscaba.
      Esa era su costumbre loca… Sus amigos decían que se estaba volviendo loco, por mirar por las ventanas, en lugar de disfrutar lo que nos da la naturaleza.
      --Bueno. Cada quien a lo suyo –decía uno de sus amigos.
      Pero resulta que un día la vida se complicó. Miraba Mauricio por una ventana y se reía al ver el juego de dos gatitos. Uno perseguía a otro, y en su carrera, tiraban estatuillas de porcelana.
      --¿Qué haces aquí? ¿Qué tanto miras en mi ventana? –gritó un viejo de melena alborotada.
      --Es que me gustan los gatos –dijo Mauricio, medio asustado.
      --Pues tú te me largas de aquí. Y que no te vuelva a ver cerca de mi casa, porque te lleva el diablo –dijo el viejo.
      Mauricio corrió. Estaba enojado. Pero pensaba en el diablo. Y eso no le gustaba. Todo lo que tenía que ver con el diablo era cosa mala.
      De pronto, echó la mirada al suelo y se encontró con una piedra enorme. La recogió y sintió su peso.
      --Con esta piedra ese viejo se va a acordar de mí –se dijo Mauricio.
      Guardó la piedra en su mochila y siguió corriendo.
      Cuando llegó a su casa buscó su cuaderno. Sacó la piedra y la dibujó. Luego, en otra hoja, garabateó muchas caras de gato. Mientras hacía esto, maullaba de distintas maneras.
      Después, localizó un lápiz rojo y se puso a hacer un diablo, con trinche y cola larga.
      Imaginó entonces que el diablo se volvía de verdad… Se trataba de un diablo bueno, amigo de todos los niños.
      Ese diablo era como un mago, pues desaparecía cosas y sacaba flores de cualquier lugar. Luego, ese personaje rojo, se volvía león, tigre, perro, diferentes animales.
      A la hora de la cena, Mauricio casi no habló. Nada más pensaba en su piedra y lo que iba a hacer con ella.
      Se fue a la cama y se quedó dormido. En su ensueño él, Mauricio, era un gatito perseguido por otro. La corretiza ocurría en un edificio abandonado, que tenía mucho graffiti estrambótico.
      Al día siguiente, en alguna parte de su barrio, se escuchó un ruido… ¡Cuasss! Una piedra destrozó el vidrio de una ventana. Mauricio se vengó del viejo, que casi echaba espuma por la boca.
      (El niño estaba escondido detrás de un grueso y alto roble. Dibujaba caritas de gato en su cuaderno.)
      Vinieron días de tristeza y desconsuelo. El niño Mauricio se sentía mal. Sabía que había hecho una cosa muy mala.
      Hasta que un día, pateando latas vacías de refresco y cerveza, y envolturas de cigarros y dulces, pateó Mauricio con mucha fuerza algo extraño… Era una cartera que tenía muchos billetes y un ticket de la lotería que alguien había perdido.
      En la noche, Mauricio se puso a pensar y decidió hacer una nota con letras grandes: “Mi hijo rompió el vidrio. Aquí hay dinero para reparar su ventana. También hay un ticket de la lotería para que usted se vuelva rico”.
      Dobló el papel y lo metió en una bolsa de plástico como las del supermercado. Metió también cinco billetes de los que había encontrado en la cartera.
      Esa noche durmió plácidamente y no tuvo sueños, ni malos ni buenos.
      Al otro día amaneció lloviendo y Mauricio caminó bajo la lluvia hasta la casa del viejo.
      El hombre de la melena alborotada tenía un cartón cubriendo la ventana rota.
      Por un hueco, el niño Mauricio deslizó la bolsa con la nota y los billetes. Y se regresó corriendo a su casa.
      --Me voy a alejar de esa cochina casa –pensó Mauricio.
      Tiempo después, el niño Mauricio se animó a pasar por la casa del viejo del cabello alborotado… Y la casa estaba recién pintada, con todas sus ventanas de aluminio. El viejo le había pegado al premio gordo de la lotería.
     Mauricio estaba dibujando caritas de gato cuando le dieron la noticia. Su amigo imaginario, el diablo rojo, tenía una guitarra eléctrica en sus manos y, con mucha pasión,  cantaba algo de John Lennon.                                        


Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

Wednesday, June 12, 2013

MUSIC, POETRY AND IMAGINATION





(A lesson to share)


Objective: Students will write poems, expressing feelings, constructing imagery and personifying one atmospheric phenomenon, after having listened to the musical piece The Storm by Yanni and read Ode to Storm by Pablo Neruda.
Genre: Poetry
Age: 3rd Grade-High School
Prompts: Yanni’s piece The Storm and Neruda’s poem Ode to Storm.

        
I start this lesson by turning off the lights in the classroom. I ask students to close their eyes, open their ears. Yanni’s music fills the space. Many begin to almost involuntarily move their bodies, keeping their eyes closed. After we have listened to Yanni’s piece, I invite students to offer thoughts, comments, feelings, and images visualized. Yanni’s work The Storm does not last very long, and it is an excellent source to awaken imagination. So having students listen to it in the classroom should generate lots of inventive responses. I let them write down a few ideas on paper to be used later on when constructing their poems. Next, I share the composer’s name and the title of the song, which helps me bring Neruda’s poem to the table. (For younger kids, I would recommend not to read the Neruda poem in its entirety but an excerpt.) We read an excerpt from Ode to Storm by Pablo Neruda together and talk about imagery, feelings, and personification for a few minutes.
“Let’s think about atmospheric phenomena?” I ask. I inquire for some examples and encourage students to choose one to be personified in a poem. If a little more time is needed for them to better understand the idea of personification, going back to Neruda’s poem will be good. Any object, animal or abstract entity is personified when presented as having human qualities. Afterward, I ask students to use their previously written ideas as well as views on the phenomenon of their choice to begin exploring with language. “Think of the rain as your best friend or as yourself,” one may say to a particular student. “If the rainbow were a person, how would he look? What activities would he love, or not like, to do? How do you imagine the character of the hurricane to be? Is there any person whose character may remind you of the hurricane?” The goal is that students connect possibilities while playing with words and images. The students’ poems will be fascinating! Before the end of class, there must always be some minutes left for them to share their pieces and reflect briefly about the experience. Revision and editing can be done in the next class session.


Ode to Storm  by Pablo Neruda 

Last night
she 
came, 
livid, 
night-blue, 
wine-red: 
the tempest 
with her 
hair of water,
eyes of cold fire-
last night she wanted
to sleep on earth. 
She came all of a sudden
newly unleashed 
out of her furious planet,
her cavern in the sky; 
she longed for sleep 
and made her bed: 
sweeping jungles and highways,
sweeping mountains, 
washing ocean stones, 
and then
as if they were feathers,
ravaging pine trees
to make her bed.
She took the lightning
from her quiver of fire,
dropped thunderclaps
like great barrels.
All of a sudden
there was a silence:
a single leaf
gliding on air
like a flying violin-
then,
before
it touched the earth,
you took it
in your hands, great storm,
put all your winds to work
blowing their horns,
set the whole night
galloping with its horses,
all the ice whistling,
the wild
trees
groaning in misery
like prisoners,
the earth
moaning, a woman
giving birth,
in a single blow
you blotted out
the noise of grass
or stars,
tore
the numbed silence
like a handkerchief-
the world filled
with sound, fury and fire,
and when the lightning flashes
fell like hair
from your shining forehead,
fell like swords
from your warrior's belt
and when we were about to think
that the world was ending,
then,
rain,
rain,
only
rain,
all earth, all
sky,
at rest,
the night
fell, bleeding to death
on human sleep,
nothing but rain,
water
of time and sky:
nothing had fallen
except a broken branch,
an empty nest.

With your musical
fingers,
with your hell-roar,
your fire
of volcanoes at night,
you played
at lifting a leaf,
gave strength to rivers,
taught
men
to be men,
the weak to fear,
the tender to cry,
the windows
to rattle-
but
when
you prepared to destroy us, when
like a dagger
fury fell from the sky,
when all the light
and shadow trembled
and the pines devoured
themselves howling
on the edge of the midnight sea,
you, delicate storm,
my betrothed,
wild as you were,
did us no wrong:
but returned
to your star
and rain,
green rain,
rain full
of dreams and seeds,
mother
of harvests
rain,
world-washing rain,
draining it,
making it new,
rain for us men
and for the seeds,
rain
for the forgetting
of the dead
and for
tomorrow's bread-
only the rain
you left behind,
water and music,
for this,
I love you
storm,
reckon with me,
come back,
wake me up,
illuminate me,
show me your path
so that the chosen voice,
the stormy voice of man
may join and sing your song with you.

Saturday, June 8, 2013

ÚLTIMAS NOTICIAS RECIBIDAS




Por Nara Mansur

De su poemario Un ejercicio al aire libre (2004)


Hoy ha venido Tamara, la secretaria, para decirnos adiós.
Primero se sentó sola, con su típico olor a violetas.
Hizo un pequeño cuento de su hijo
escrito con la palabra si como confidencia.
Sacó su cepillo del bolso de Guatemala
nos había traído flores a todas y empezamos a llorar.
Después, cuando el hombre de las cartas apareció
se entretuvo haciendo pequeños manteles rasgados
como su hijo le ha enseñado.
Escribió frases inconexas, corazoncitos con flechas trágicas
graffitis como de baño público
y alguna de las palabras que aprendió en la oficina.
Hemos sido cuatro mujeres hasta ahora.
Un adiós sobrevuela como la única paloma mensajera posible
le dibujo la paloma de Picasso en su dedo anular
pero mi propia lágrima apresurada la disuelve.
¿Quién recogerá a su niño en el círculo?
¿Quién la premiará por sus esfuerzos, por vivir tan lejos?
Se peina el pelo tan lacio y es inútil, ya todos lo saben:
ella se va. Ha venido para decir adiós
pero esa palabra ni nosotras la sabíamos.
Llego a mi casa
estuve escondida en el baño para que él
no me viera llorar.
No es práctico el sentimiento, cualquiera que sea.
No tiene futuro la sensación de pérdida
de que algo nos abandona.
No podría explicar por qué siento ese cariño tan triste
que me ha vuelto todavía más desesperanzada
un patetismo de nuevo tipo
“Adiós cordera” (dijo Leopoldo Alas).
Porque al fin ella nos dijo que sí, que es verdad
que se va.
Y la palabra recién aprendida la pudo decir
con sus labios tan hermosos:
Adiós.


Nara Mansur es poeta, autora de textos para la escena y crítico teatral. Ha publicado los poemarios Mañana es cuando estoy despierta (2000) y Un ejercicio al aire libre (2004). Recibió el Premio Nacional de Poesía Nicolás Guillén 2011 por su cuaderno Manualidades así como el Premio de la Crítica Literaria 2011 por su libro Desdramatizándome. Cuatro poemas para el teatro. Sus textos Ignacio & María y Charlotte Corday. Poema dramático han sido llevados a escena por los grupos Teatro D’Dos y la Guerrilla del Golem. Actualmente es colaboradora del Estudio Teatral El Cuervo que dirige Pompeyo Audivert en Buenos Aires.

Wednesday, June 5, 2013

LAS AVENTURAS DE BECKY




Por Ms. Dinorah


“He canvassed his system. No ailment was found, and he investigated again. This time he thought he could detect colicky symptoms, and he began to encourage them with considerable hope. But they soon grew feeble, and presently died wholly away. He reflected further. Suddenly he discovered something. One of his upper front teeth was loose. This was lucky; he was about to begin to groan, as a “starter,” as he called it, when it occurred to him that if he came into court with that argument, his aunt would pull it out, and that would hurt. So he thought he would hold the tooth in reserve for the present, and seek further. Nothing offered for some little time, and then he remembered hearing the doctor tell about a certain thing that laid up a patient for two or three weeks and threatened to make him lose a finger. So the boy eagerly drew his sore toe from under the sheet and held it up for inspection. But now he did not know the necessary symptoms. However, it seemed well worth while to chance it, so he fell to groaning with considerable spirit.”

Mark Twain, The Adventures of Tom Sawyer


Y no lo había reconocido. Era verdad, él estuvo allí también, de una manera especialmente inmaterial, trazando las palabras en una pizarrita: “Te quiero” –escribió Tom. ¡Qué bueno era leer, escuchar, recibir una tenue imagen del futuro! No entender, no saber, experimentar la sensación. Becky suspiró. De haber sabido que era él, le hubiese dicho muy bajito, antes de pasar a la página siguiente: “Algún día me voy a enamorar de ti, Tom Sawyer”. ¿Qué libros leía Tom? ¿Quién era él en realidad? ¿Un gángster, un pirata, un actor, un autor, un personaje, un muchacho sin corazón, un héroe misterioso? Para Becky, Tom representaba la alegría, el regocijo, la esperanza del lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo, aunque no había escuela en el pueblo de St. Petersburg los fines de semana.




“Si Tom apareciera…”. Becky miraba distraída la palma de su mano, rebosada de líneas extendiéndose hacia todas partes. Las aspas del molino incrustado en el lago revoloteaban en su imaginación. Becky se humedeció los labios. Sus fuerzas flaqueaban. Se sentía desfallecer frente a aquel trasto de hierro que daba vueltas sin cesar. Fue entonces que escuchó decir a sus espaldas: “Que nadie te vea llorar sudar”. ¿Habría sido el maestro? ¿Su propio organismo avergonzado? ¿Una voz azul perdida entre la tierra y el mar? No había sombra por ningún lado y Becky estaba sudando a chorros. Exploró la isla lo mejor que pudo, ni rastros de Tom. Mucho ruido, eso sí, y buenas intenciones, almas buenas y náuseas terribles del calor. “Tom Sawyer, you are just as mean as you can be” –quería gritarle Becky. “You know you’re going to tell on me, and oh, what shall I do, what shall I do!” Becky caminó erguida hasta el famoso carrusel del progreso sin dejar escapar a Tom de su cabeza. “Girls’ faces always tell on them. They ain’t got any backbone”, había dicho él alguna vez. “All right, let her sweat it out!”




Becky se desmoronó sobre el asiento justo antes de que apagaran la luz y comenzara a deslizarse la plataforma mágica del carrusel. No quería sudar más. Al menos no de esa manera ficcional y sin llegar a conocer al verdadero Tom, su color favorito,  su deporte predilecto, su libro de cabecera, su eficaz sistema inmunológico, sus alentadores descubrimientos en el campo de la medicina natural. “Tom, Tom…yo también te quiero” –susurró en la oscuridad. En ese instante, a Becky se le ocurrió sondear al ilustre pastor Clemens. “¿No sabrá él acaso el paradero de Tom?”. Resultaba casi imposible no admirar a Samuel Clemens, el encargado de la vida espiritual y la administración de la región. De ser examinado, él diría la verdad, sólo la verdad y nada más que la verdad. El pastor Clemens aventajaba a sus fervorosos compatriotas en el arte de la cirugía pues tenía la “gracia” de atravesar mentes ajenas fácilmente, sobre todo la de Becky y la de Tom. Cuando la plataforma se detuvo, Becky se levantó y caminó arrastrando los pies hacia la puerta de salida. Ya había oscurecido. Un frío intenso le entró en el pecho, dolor, desdén. ¿Qué quería él en realidad? No el señor Clemens sino Tom, el exclusivo y fidedigno Tomás Sawyer. ¿Qué había en común entre ellos dos? Becky recordó que debía perdonar, perdonar otra vez, sobre todo perdonarse a sí misma por dejarse ilusionar, perdonar la frialdad de Tom en su papel del Tenebroso Vengador, dejar ir, dejar ir.




Contempló la posibilidad de amar a Tom profundamente, aunque él no tuviera sentimientos, y no pudo evitar que le corriera una diminuta lágrima por la mejilla. Sin darse cuenta, había llegado a la cerca de madera que dividía la ponderada isla en dos novelas. Soñarlo, plasmar su imagen sobre el flamante letrero de la cerca que él mismo había estampado años atrás: Tom ♥ Becky. Pero ella añoraba amar a Tom, no adjudicarse una caricatura suya grabada en una tabla. El Tom real -bueno, malo o regular- era mil veces mejor que el simulacro, por muy profesional, atractivo y relevante que éste último luciera. Después del soberano éxito y la popularidad del héroe, Samuel Clemens le había concedido a Tom libertad condicional para formar su propia banda de maleantes junto a Huck Finn, el Manos Rojas, y Joe Harper, el Terror de los Mares. Y Becky no podía cuestionar al distinguido señor Clemens, mucho menos controlar el desarrollo de la acción. Agradeció al pastor por haberle permitido formar parte del elenco y caminó, caminó, caminó sin mirar atrás, ni a los costados, en busca de un foco de luz menos teatral, quizá más transparente. Legitimarse en su perfecta y palpable imperfección, sin maquillaje, sin vestido, sin peinarse, con una o dos libras de más. ¿Y por qué no? Para Becky, sólo el amor (ciego) podía engendrar la maravilla. Para Tom, sus heroicas invenciones, las gloriosas transacciones y el ejercicio físico. ¿Qué veía él que ella no lograba ver?
Otra vez, el sudor.






*Las citas en inglés han sido extraídas del libro The Adventures of  Tom Sawyer, de Mark Twain. 

Monday, June 3, 2013

GARABATO No. 12






Por Eduardo Rodríguez Solís


      Violentina se llama la niña. Apenas va en primer grado, y tiene amigos del Kindergarten. Mal, canta canciones que oye de la radio. Es desentonada, pero ella, la Violentina, lanza sus gorjeos y le gusta la música que hace.
      Cuando camina trata de patear piedras o corcholatas, o lo que se vea mal en el piso. Le gusta que las calles estén limpias.
      Pero un día le sucede algo extraño. Recoge una piedra y la arroja hacia un lado, y se da cuenta que ahí hay un agujerito misterioso. No mete los dedos ni la mano y prefiere volver a poner la piedra sobre el orificio.
      Cuando regresa a su casa, va cantando por el camino, pero una abejita le ronronea dentro de su cabeza. Es el misterio del agujerito. Se imagina entonces cosas raras. Ve salir del orificio una víbora de muchos colores, que se vuelve de pronto príncipe de cuento. Tiene el personaje ilustre un traje de terciopelo color guinda y un sombrero dorado de ala ancha. Canta canciones que la niña Violentina no conoce.
      La noche se hace estrellada y Violentina no puede pegar los ojos. El misterio del agujerito la está volviendo como loca. Busca su osito de peluche y lo abraza. Bombón, que así se llama el amigo oso, le dice que se relaje y que busque el sueño reparador. Entonces Violentina cierra los ojos y se va a volar por las nubes.
      Al día siguiente Violentina quiere ir hasta donde está el agujerito. Corre hasta el lugar sin cantar canción alguna. Parece una gacela moviéndose por el horizonte.
      Ya en el sitio, trata de quitar la piedra, pero parece que está pegada con cemento. Busca entonces un palo y una piedra grande, y golpea con fuerza. Pero no pasa nada. Entonces como que hace pucheros, y está a punto de llorar… Pero la piedrecilla salta mágicamente y deja el agujero libre.
      Violentina mete un dedo y saca la punta de un listón azul. Se pone a jalar y el listón va cambiando de colores. De azul se vuelve negro, de negro se vuelve amarillo, de amarillo se vuelve rojo.
      Surge entonces una especie de payaso, que tiene cuatro brazos. Lleva un traje blanco con bolas color naranja. Este personaje del circo resulta que es un mago, que cambia las cosas. Con una de sus manos toca un árbol que se vuelve un perrito que ladra. Con otra mano toca las aguas de un arroyo que no estaba ahí, y las aguas su vuelven confetti de muchos colores.
      Del mismo agujero salen muchos insectos que hacen música y que danzan.
      Violentina está con la boca abierta, y casi no cree en aquellas fantasías… Por eso se pellizca en la cara. Pero toda la locura sigue adelante.
      La niña le ordena al payaso que desaparezca.
      Y todo vuelve a la normalidad. La piedra tapa de nuevo el orificio misterioso.
      Violentina se va de ahí, cantando las canciones de siempre. Pero va decidida a no volver jamás a esa calle del agujero extraño.
      Piensa la niña que las calles son tantas como las letras del alfabeto, y que no pasa nada si borra de la lista la calle “pe” de payaso.
      --Nunca más regreso a la calle “pe” –comenta en voz alta.   



Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

      

Saturday, June 1, 2013

DEL DIARIO AL DOSSIER






Por Nara Mansur

De su poemario Un ejercicio al aire libre (2004)


Uno quiere tiempo y no sólo extractos de flores.
Uno quiere la soledad del paciente autobiografiado.
Uno quiere a una sola persona.
Uno quiere un camino, un destino
una, dos, tres, cuatro barbaridades juntas
separadas de la piel y de la mente.
Uno quiere decir basta.
Uno quiere concentración y tiene una dosis de veneno.
Uno imagina que todo pasará, que sólo es añoranza
divanes comunes.
Uno se tuerce un pie, se arranca una uña.
Uno deja pasar a los personajes célebres
en busca de una partícula de riesgo auténtico.
Uno quiere ser el mejor y el más completo.
Uno excusa los errores ajenos hasta con una incierta
dosis de placer.
Diariamente
sueña la muerte que más ama.
Uno quiere comprar algodón para la sangre futura
evitar el cansancio filial, las congestiones.
Uno imagina el tiempo, la belleza alejada aún.
Flores azules frente a mi puerta
silenciosamente limpias.
Uno quiere hacer un aparte
decir algo desde el deseo.
Uno quiere acumularse como sensación
solamente.



Nara Mansur es poeta, autora de textos para la escena y crítico teatral. Ha publicado los poemarios Mañana es cuando estoy despierta (2000) y Un ejercicio al aire libre (2004). Recibió el Premio Nacional de Poesía Nicolás Guillén 2011 por su cuaderno Manualidades así como el Premio de la Crítica Literaria 2011 por su libro Desdramatizándome. Cuatro poemas para el teatro. Sus textos Ignacio & María y Charlotte Corday. Poema dramático han sido llevados a escena por los grupos Teatro D’Dos y la Guerrilla del Golem. Actualmente es colaboradora del Estudio Teatral El Cuervo que dirige Pompeyo Audivert en Buenos Aires.