Por Eduardo
Barrios, S. J.
Que el reciente huracán arrasase una
ciudad de envejecida infraestructura como Santiago de Cuba, se entiende.
Pero que haya causado tantos
estragos en zonas primermundistas como New York y New Jersey sorprende. El
golpe constituye toda una humillación para el desarrollo, las altas tecnologías
y las sólidas finanzas.
Los desastres naturales dejan claro
que el hombre no tiene pleno control del Cosmos. Muestran su vulnerabilidad y
mortalidad.
Las catástrofes obligan al ser
humano de hogaño, igual que al de antaño, a responder a las grandes preguntas
de siempre, las mismas que el Concilio Vaticano II lanzó al mundo hace 47 años:
"¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el
sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos
subsisten todavía? ¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro precio?
¿Qué puede dar el hombre a la sociedad? ¿Qué puede esperar de ella? ¿Qué
sentido último tiene la acción humana en el universo? ¿Qué hay después de esta
vida temporal?" (GS n. 10)
Eduardo Barrios es escritor y sacerdote de la orden jesuita. Ha trabajado
como consejero en el Colegio de Belén y celebrado misas en varias parroquias de
la ciudad de Miami. Actualmente oficia en Gesu Catholic Church y escribe artículos controversiales para El Nuevo Herald. (ebarriossj@gmail.com)
Esta triste historia de la tormenta Sandy se parece a un cuento de un gigante, que salía todos los días de su castillo y recomendaba a todos cambiar esto o lo que fuera. Algunos corregían cosas en sus casas y otros no le hacían caso. Un día el gigante, que no se había bañado en años, decidió meterse en una tina llena de burbujas. Se quitó todas sus ropas. Sus calcetines olían a queso y sus calzones sucios estaban llenos de agujeros. Tomó su baño muy sabroso y se secó el cuerpo. Luego se puso de nuevo su ropa, sin lavar calzones ni calcetines.
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