Entrevista con Eduardo Rodríguez Solís
Por René Avilés Fabila
(The Growing Word ha decidido compartir un atractivo reporte de René Avilés Fabila a partir de su entrevista al escritor Eduardo Rodríguez Solís. Pensamos que puede resultar de interés a los lectores. La entrevista se publicó en el Diario Excelsior, México, 21 de junio de 1992).
A Eduardo Rodríguez Solís, quien está cargado de entusiasmo por la venta de su libro Primer curso de amor, que contiene tres novelas cortas, y que le ha publicado Joaquín Mortiz, dentro de su colección Cuarto Creciente, y que brinca de gusto por la salida de su novela Cógele bien el compás, recientemente editada por la Universidad Nacional Autónoma de México (Colección Rayuela), lo conozco desde hace años. Primero lo veía con Anya Schroeder, José Agustín y Gerardo de la Torre, en un grupo literario de nuestra prehistoria. Después, coincidimos con Juan José Arreola (en su Taller Literario, y en la revista Mester). Y me acuerdo que le publiqué, por aquel entonces, Black Jack y otra farsa, dentro de la colección Cuadernos de la Juventud, que yo dirigía en los años 68-69. Luego, o más bien antes, él, José Agustín, Gerardo y yo fuimos becarios del Centro Mexicano de Escritores, teniendo como maestros a Juan Rulfo, Juan José Arreola y Francisco Monterde. Esto fue allá por 64-65. Nuestras becas eran de 1,208 pesos mensuales. Tiempos felices. Un buen departamento en la colonia del Valle costaba unos 300 pesos mensuales.
Rodríguez Solís, que ya tiene diez libros publicados, ha experimentado una vida trashumante, con largas residencias fuera del país: Puerto Rico, Estados Unidos… Y para conseguir el pan nuestro de cada día, ha tenido que combinar su labor de creador con actividades afines y no afines. Ha sido dibujante, geofísico, escritor en agencias de publicidad, periodista y maestro, director de teatro, actor, guionista de cine y televisión, maestro de dramaturgia y narrativa, diseñador gráfico, coordinador de relaciones internacionales de la Orquesta Sinfónica del Estado de México (donde sigue a la cabeza nuestro querido amigo Enrique Bátiz), jefe de Difusión Cultural de la Universidad Autónoma Metropolitana-Unidad Xochimilco, desempeñándose también como coordinador del Proyecto Cultura Chicana del Programa Cultural de las Fronteras (instancia del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes).
Con objeto de dialogar sobre sus libros y proyectos lo visito en su estudio-departamento. En las paredes de la estancia hay muchos cuadros y fotografías. Destaca una vieja imagen del gabinete de Venustiano Carranza, tomada en 1919. Ahí, me explica, entre los ministros, está el abuelo de Eduardo Rodríguez Solís, el ingeniero Manuel Rodríguez Gutiérrez, quien era secretario de Comunicaciones. También están el general Juan José Ríos (Guerra), el ingeniero León Salinas (Industria y Comercio), el ingeniero Pastor Rivaix (Fomento), el ingeniero Manuel Aguirre Berlanga (Gobernación), el licenciado Luis Cabrera (Hacienda) y el licenciado Salvador Diego Fernández (Relaciones). En este ambiente destacan dos óleos, realizados en 1952, por Norman Thomas. En uno está el ingeniero Manuel Rodríguez Aguilar (finado, y padre del escritor Rodríguez Solís), geólogo destacado, que llegó a ocupar la gerencia de Exploración en Petróleos Mexicanos. En el otro óleo está la madre de mi amigo fraterno, la maestra Evangelina Solís Cervantes, quien en su juventud fuera campeona de esgrima.
Eduardo comenta que Primer curso de amor y Cógele bien el compás son Tesis Magistrales y Doctorales de su labor como escritor. En sus páginas se siente como pez en el agua. Ya hay conocimiento de los senderos que se caminan. Y me dice que en cada línea, en cada párrafo, ha volcado la suma integral de los conocimientos adquiridos en libros devorados.
Mientras pone música de Neil Diamond y Juan Luis Guerra, Eduardo hojea sus nuevos libros que, según asegura, están cargados de estro, magia y amor. Añade: “La situación dramática fundamental, en los dos tomos, es el amor, en forma de pasión o de entrega total. Pero esto se hace dentro de un marco poético, donde el lenguaje está manejado con seguridad y tino.” La primera parte de Primer curso de amor (Milene es verano que se apaga), es la historia de una mujer solitaria, que deambula entre los recuerdos y los azares que el destino le propone. La acción sucede en México y hay en el ambiente mucha melancolía, amor y desamor. Esta primera parte, más que un Preludio a la fiesta de un fauno, es un Preludio a la tristeza de los amores perdidos.
Rodríguez Solís explica que su literatura está sustentada en la experiencia personal, en las observaciones de su mundo íntimo o en el universo de la gente que lo rodea. Así se alcanza la verdad. Pero esta verdad tiene que amalgamarse con la magia, el éxtasis, el delirio propio del quehacer literario. También está presente, dice el escritor, la historia verdadera que sucede cada día: Los hechos, los acontecimientos que nos quedan grabados. Así, el escritor debe volverse un cronista del tiempo que le ha tocado.
La segunda parte de Primer curso de amor (De la mano de la libertad) es, según palabras de Eduardo, la crónica intensa de un escritor mexicano que va a Nueva York en busca de nuevos horizontes. Aventura a veces onírica, a veces real, las páginas de este texto nos hacen ver al protagonista metido en la camisa de once varas, pasional, de una relación amorosa, que aparece como por arte de magia, como también surge la Estatua de la libertad, y un millonario excéntrico que vive dentro de ella.
Las versiones finales de este libro de la editorial Joaquín Mortiz, fueron realizadas entre las largas residencias experimentadas por el escritor en San Juan de Puerto Rico y Houston, Texas. Los desvelos de la redacción de sus páginas fueron casi un tour de force, según dice Eduardo, ya que había que subsistir practicando múltiples oficios.
La tercera parte de Primer curso de amor (El agente cero cero bongosero), que es una novela guapachosa, de burlas y donaires, contiene, según el escritor, una historia habanera, cubana, caribeña. Una joven mexicana que está al borde del divorcio inventa, con la venia del esposo, un viaje hacia los territorios de Fidel Castro. Y esta tourné se tiene que hacer a solas. Con esto se consolidará ese matrimonio que se tambalea. Pero por aquello del “no te entumas” (palabras de Eduardo), el esposo contrata a un agente secreto, para que se vaya a Cuba a cuidar a la joven mexicana, a la mujercita de su corazón.
Al decir de Rodríguez Solís, Primer curso de amor es un libro que puede llegar a ser muy amigo de sus lectores. Puede llegar a ser objeto caro para los viajeros, o regalo perfecto para aquéllos que viven en la soledad. Hay en sus páginas, me señala Eduardo, muchos contrastes que se suceden con armonía, con sinceridad y transparencia. El lenguaje, las frases, los párrafos, se manejan con claridad y sencillez. Se trata de una literatura diseñada para todos.
Un tanto extraña, harto misteriosa, la dedicatoria del libro reza A la mujer que se sabe. Rodríguez Solís medio aclara esta interrogante. En 1904, nació en Figueras, España, un pintor excéntrico, que siempre caminó de la mano de Dios. Un día, loco de pasión, trazó un dibujo. La dedicatoria decía A la mujer que se sabe. La mujer se llamaba Gala. Y era una princesa legendaria. Su fotografía está frente a nosotros… Hablando del otro libro (Cógele bien el compás), me cuenta que sus páginas retratan, con mucha ficción y fantasía, las experiencias vividas por el escritor en Houston. Comenta que sin ser una novela estrictamente chicana, habla de las aventuras de un mexicano en aquellas tierras.
Me despido de Eduardo Rodríguez Solís. Se queda con Neil Diamond y Juan Luis Guerra. Afuera, escucho el tecleo de una máquina. Eduardo hace las primeras páginas de su próximo libro donde, según me indicó, se volcará sin duda la intensa pasión que actualmente vive… Una pasión (loca, quizás) que ya le ha dado título a su nuevo proyecto literario, frase que brinca de un verso de Agustín Lara: Poniendo la mano sobre el corazón.