Por Eduardo Rodríguez
Solís
Algo se movía
como un péndulo. Era algo que parecía pesado. Y se balanceaba de un lado a
otro. Era algo que colgaba, y su sostén principal, su alma, se iba hacia
arriba, hasta casi el cielo.
Era un racimo de plátanos.
Entonces, Juanito Piedra Pómez, que deja
la ventana y corre, escaleras abajo, para luego salir al patio trasero de la
casa.
Pero
el gran racimo de plátanos no estaba.
Juanito Piedra Pómez entonces cerró con
fuerza sus ojos y los volvió a abrir, y nada de nada… No había racimo de
plátanos.
Furioso, se metió, y se trepó por las
escaleras y se fue hasta su ventana… Y ahí estaba aquel péndulo, aquel racimo
de plátanos.
Vino enseguida una escena de gran coraje…
Juanito Piedra Pómez hacía una rabieta de niño mimado. Pataleaba como mal
bailador gitano y casi se ponía verde de coraje.
En ese instante entró por una rendija una
abeja zumbadora. Y este animal, después de algunos revoloteos, se volvió una
mariposa dorada.
--No vale la pena gritar y patalear –dijo
la mariposa.
Y de las alas de la propia mariposa
saltaron flores y tréboles. Y en el mero centro de esa masa colorida se vio un
ser totalmente transparente, que parecía como un príncipe.
Pero ese ser extraño se escondía detrás
de lo que fuera, y no se dejaba tocar.
--Mariposa dorada –gritó Juanito Piedra
Pómez.
Y la mariposa dorada se fue volando hacia
arriba.
Entonces, Juanito Piedra Pómez descubrió el
secreto del racimo de plátanos. Si se le veía a través de su ventana, ahí
estaba, moviéndose. Si se le veía abajo, en forma directa, no existía.
Por eso, con cuidado extremo, rompió una
de las esquinas de su ventana, y tomó un pedacito del cristal roto.
Luego, se fue al patio de la casa y
observó a través de su lente mágico… Y ahí estaba, balanceándose, el racimo de
plátanos.
Y arrancó un plátano y se lo comió, y
viajó a un territorio lejano, donde había tigres, leones y muchos monos.
Y
ya que se cansó de ese paisaje africano, se comió otro plátano, y regresó de
inmediato a su país de origen.
Esa noche, terminó su larga jornada,
tapando con cinta adhesiva la esquina de su ventana, y depositó en un alhajero
de su madre, el pedazo de vidrio mágico.
En otra ocasión, después de comerse un
plátano, de ese racimo que se balanceaba, volvió a visitar otra parte del África,
y de una cueva inmensa salieron muchos rinocerontes, que persiguieron al pobre
de Juanito Piedra Pómez.
En
ese extraño viaje, el regreso a la realidad tuvo sus dificultades, porque nadie
sabía dónde había plátanos para comer. Se encontraban fácilmente manzanas,
naranjas, melones, sandías, camotes, melocotones, zarzamoras, tunas, uvas,
zapotes, guanábanas, pero absolutamente nada de bananas.
Por lo mismo, arrojó a un abismo
profundo, ese pedazo de vidrio que lo llevaba al mundo de la magia. Y, con el
tiempo, puso un vidrio nuevo en su ventana.
Y cuando en sueños tenía la preciosa
oportunidad de probar un plátano, forzaba a su organismo y se salía totalmente
de su sueño.
Y cuando hojeaba un Atlas, se brincaba
las páginas africanas, porque no deseaba caer en tentación. Prefería vivir en
un planeta mordido, como si fuera la manzana que alguna vez probó, para bien o
para mal, el dichoso Adán, en el principio de los principios.
Eduardo
Rodríguez Solís (México, D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela.
Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José
Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel
picado, Sobre los orígenes del hombre, Doncella
vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su
cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al
cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las
ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en
Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)