Project Row Houses |
Por Eduardo Rodríguez Solís
Maureen O’Hara se llama la gata pelirroja que vive al lado. Su nombre
que le puse viene de la bella Maureen O’Hara, actriz norteamericana, que nació
en 1920. Esta gata, que nunca se le ve
“dándose su manita de gato”, como lo hacen todos los mininos, es un verdadero
Cookie Monster, porque come sin masticar, como si fuera prisionera de un Campo
de Concentración.
Ella ha tenido la costumbre de aparecerse todas las mañanas, cuando debo
darle de comer a dos gatas: una que se llama “La tigresa”, como una actriz
mexicana que fue el gran amor de un presidente azteca. La otra, que es hija de
la primera, se llama “Gloria Trevi II”, recordando a una cantante y actriz,
también azteca.
Estas dos gatas mías, viven afuera de la casa, y tienen sus buenos
escondites para combatir, por ejemplo, las temperaturas bajas. Se meten debajo
de la puerta de una bodega, al frente de la casa, o se van a otra, que está
atrás, donde hasta tienen una puertita “para gatos”.
Hay una tercera gata, que no se junta con las gatas mencionadas. Esta se
llama “Mole”, porque tiene tres colores y parece como un plato de arroz, con
frijoles negros, y mole, pues es blanca, negra y color beige. Esta gata,
“Mole”, vive dentro de la casa y es amiga “de lejos” de las gatas que viven
afuera.
La gata “Gloria Trevi II” es un animal con diseño en su pelo muy
extraño. Es blanca con negro, con algunos toques atigrados, con un antifaz
negro, tipo Batman, y con una espiral negra en cada uno de sus costados.
Esta gata tiene un hermano, con cabeza totalmente atigrada y con
espirales negras a los lados. Nunca tuvo nombre y se volvió un vagabundo, un
Don Juan… Y un día desapareció. O lo hicieron guacamole con un coche, o lo
hicieron barbacoa, o algún dueño II (porque todos los gatos tienen su dueño I,
su dueño II, etc.) se lo llevó a Hawaii, dentro de un pet carrier de plástico,
porque consiguió un mejor trabajo en aquellas islas del Hula-Hula.
Todas estas gatas que deambulan en mi vida a veces son observadas por
mininos que no son de estos territorios… Me refiero a un gato todo negro,
delgado, y un gato atigrado, también flaco. (Tienen hambre, pero no se atreven
a robar comida. Son quizás gatos decentes, educados.)
Los gatos han acompañado al hombre desde hace mucho. Fueron y siguen
siendo buena terapia para la soledad y el stress…
Eran buena medicina para la inquietud. Cuando sufrías de este mal, se te daba
un gato pulguiento, y te la podías pasar espulgando al animal… Y la ansiedad
casi desaparecía…
(Y cuando el pobre animal se quedaba sin pulgas, se le arrojaba desde
una de las torres del castillo… Pero luego, gracias a los cielos, se volvía a
llenar de pulgas y podía, si la suerte le ayudaba, regresar al mismo castillo.)
Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado
libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester,
del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales
por Banderitas de papel picado, Sobre los orígenes del hombre, Doncella
vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su
cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al
cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las
ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en
Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)
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