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Foto: Jesús Alejandro
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Por Eduardo Rodríguez Solís
El viejo, que dice llamarse
Melitón Sufragio, tiene el cabello plateado, y en sus manos se le ven manchas
por mal funcionamiento del hígado. Tiene todos los años del mundo. Ha visto de
cerca tres Revoluciones, y se las sabe de todas, todas.
Bolea zapatos. Tiene una silla
tubular donde se sientan sus clientes. En la parte de abajo, hay revistas de
todo tipo… Hasta “solo para hombres”. Mientras él bolea, los clientes hacen una
lectura. Es un experto “lustrador” de calzado. Su trabajo termina cuando uno se
puede reflejar en un zapato, como en un espejo.
Pero este viejo Melitón
Sufragio no es un hombre común. Tiene su historia… Estudió canto y desarrolló
una bonita voz de tenor. Estuvo en el Conservatorio Nacional de Música, y fue
un alumno destacado, y hasta su nombre está en una placa de bronce, donde hay
nombres de estudiantes valiosos.
Hizo algunos recitales de
canto, con acompañamiento de piano, y formó parte del coro de Bellas Artes en
varias producciones de ópera. Y hasta actuó al lado de Plácido Domingo.
Mientras le saca brillo a mis
botas, me dice que en esa esquina de Paseo de la Reforma, justo al final del
edificio del Instituto Mexicano del Seguro Social, estaba la entrada del Teatro
Reforma, hoy desaparecido.
--Los teatros están llenos de
espíritus. Cada uno de ellos sale de un personaje teatral –dice el viejo
Melitón Sufragio.
Luego nos dice que cuando un
teatro cierra para siempre sus puertas, sus espíritus se dispersan y vuelan sin
rumbo definido.
Y el viejo plateado, el viejo
Melitón Sufragio, nos dice que un teatro debe vivir siempre… Como si fuera una
iglesia, como si fuera un templo donde se reza y uno se acerca a Dios y a todos
los santos.
--Pero el hombre es destructor
por naturaleza –nos dice el sabiondo Melitón Sufragio.
Luego, el viejo plateado se
pone a tararear algunas tonadas de la ópera, y bien que sus ojos se le llenan
de lágrimas.
--Le voy a enseñar algo –dice
el tenor Sufragio y saca de algún escondite una caja de cartón con fotos y
papeles.
Ahí se ve un programa de mano
de la obra “Los hilos de la luna”, original de Anya Schroeder.
--Esta obra se hizo en un
Festival de Teatro de Bellas Artes… Aquí, en este teatro que ya no existe –dice
Melitón Sufragio.
Luego dice que la obra estaba
dividida en tres partes. Cada parte era una obra en un acto. Había muchos
personajes que se volvieron espíritus del teatro. Un marinero, un poeta, una
prostituta, varios gánsteres y un cómico de la televisión.
Un hermano de un gánster y el
cómico de la televisión, eran trabajo de un actor que, con el tiempo, se volvió
un afamado escritor (José Agustín).
El poeta y un padrastro fueron
labor de un actor, que también se volvió escritor (el que escribe este cuento).
El cantante, el viejo del
cabello plateado, el tenor Melitón Sufragio se levanta y alborota su melena.
Luego, se acerca a un árbol y desamarra un cordel… El hilo se va para arriba y
algo baja. Es un radio cassette que estaba colgando.
El aparato llega al suelo… De
la caja de cartón saca un cassette y un cable para la electricidad. Mete una
punta al aparato y la otra punta la inserta en un switch múltiple, que sale de
una ventana del gran edificio… Mete el cassette y se escucha el sonido de un
piano…
--Silencio, por favor –grita
Melitón Sufragio.
Escuchamos a Jorge Bolet. Son
valses de Chopin, tocados a la perfección.
El viejo Sufragio dice que
Bolet era un pianista cubano, que él conoció en el Palacio de las Bellas Artes,
una tarde lluviosa que se cantó “Aída”, de Verdi.
Y, con los ojos encendidos,
hechos pasión, dice que Bolet tocaba el piano con el corazón, mientras otros
martillean los teclados.
--Una cosa es tocar con pasión,
con el corazón, y otra cosa es tocar el piano a martillazos –dice Melitón.
Y la locura de Melitón sigue
adelante… Ahora, después de haber desconectado la electricidad, y haber lanzado
su radio hacia arriba, hacia las altas ramas del viejo árbol, amarra con
cuidado el cordel y se pone de rodillas, muy cerca de mí.
Cambia el tema y me dice en voz
baja que los teatros del mundo, los que están hechos con conocimiento de causa,
tienen en su escenario una inclinación hacia el público… Y que si pones una
canica al centro del escenario, ésta tiene que rodar hacia el público…
--Así se ve mejor lo que se
hace sobre el escenario –dice Melitón--. Pero luego hay burros que andan
sueltos.
Y se enoja y da patadas al
aire.
--Burros y más burros –dice
Melitón
Y se pone a hablar pestes de
unos jóvenes ingenieros o arquitectos que le dieron una buena “manita de gato”
al Teatro de Bellas Artes, y le hicieron un piso nuevo al escenario, totalmente
paralelo al suelo que pisamos.
--Bola de burros –digo yo.
--Bola de retrasados mentales
–dice Melitón Sufragio.
Y entonces recuerda un
concierto dominical que se hizo en el Teatro de la Ciudad.
El concierto sinfónico empezó
con una obertura de Rossini… El público aplaudió a rabiar, y se hizo una pausa
para deslizar un piano de cola, para un solista de mucha categoría (Jorge
Bolet)… Pero se cometió un error… No le pusieron frenos a las ruedas del piano…
Y el piano empezó a moverse lentamente, hacia el público, y nadie hacía nada…
Hasta que el piano se fue de boca hacia el público… Y se hizo trizas, sin que
nadie (gracias a Dios) resultara lastimado.
Y el concierto para piano y
orquesta no se tocó. Y Jorge Bolet, el fabuloso pianista cubano, se quedó sin
tocar…
Luego, se recogieron los pedazos de piano,
y se interpretó una sinfonía de Tchaikovsky.
Melitón Sufragio levanta los
brazos, como si fuera un actor shakespeariano de pura cepa, y dice, con voz
solemne:
--Mis pensamientos se llenan de
música. Parece que surge una balada de los Beatles. Es música suave que viene
directamente de Liverpool.
Entonces, el tenor, el artista
de la voz, extiende dos programas de mano. Uno es de “Black Jack”, y el autor
es quien escribe este cuento. La otra obra es “La Mandrágora”, de Nicolás de
Maquiavelo. El director escénico es también quien escribe estas líneas.
--Estas obras también se
hicieron en este teatro desaparecido –dice Melitón Sufragio.
Entonces saltan de la loca
mente de Melitón Sufragio muchos espíritus teatrales. Un Romeo que es negro.
Una Julieta que es blanca. Un ángel y muchos personajes de la vieja Venecia.
Y si uno hace un esfuerzo,
puede escuchar los aires de rock de “Black Jack”, con un grupo de rock en vivo,
y también surge la música de la época de “La Mandrágora”. Algunos miembros de
una orquesta sinfónica hacen sonar sus instrumentos.
Acto seguido, Melitón Sufragio
se pone a gritar… Parece un gorila que se ha escapado del zoológico… Parece un
artista poseído, alumbrado, que se vuelve del tamaño de una montaña.
Entonces empieza a correr por
Paseo de la Reforma, hacia el centro de la ciudad… Es todo un maratonista, y yo
voy tras él, casi al borde del infarto.
Y cuando el buen Melitón
Sufragio llega a la esquina de Avenida Juárez, en lugar de dar vuelta a la
derecha, da vuelta a la izquierda… Y ahí, a cincuenta pasos, detiene su
carrera…
Melitón y yo nos tiramos al
suelo… Respiramos profundamente y estamos felices por no haber reventado en
nuestro esfuerzo atlético.
--Aquí había otro teatro. El
teatro Jiménez Rueda. Pero el teatro ya no existe –dice Melitón Sufragio.
Y del edificio que tenemos a
unos metros saltan espíritus teatrales. Hay de todo, como si fuera un
supermercado.
Ahí andan los espíritus de una
obra que se representó en ese teatro, Se trata de “Sobre los orígenes del
hombre”, una pieza que gana un reconocimiento en un Concurso de Bellas Artes.
El dramaturgo es quien escribe esto.
Melitón Sufragio danza con los
espíritus teatrales… Por ahí andan Adán, Eva y la serpiente, pero la serpiente
no es precisamente una serpiente. Es Charles Chaplin. Sí, es Charles Chaplin.
El sol empieza a ocultarse y el
cielo está gris de tanta contaminación… Melitón Sufragio gira como un
torbellino… Se vuelve un espíritu teatral… Y crece en volumen, y se vuelve un
globo de hule, con forma humana.
Se eleva hacia los cielos,
gracias quizás al gas que alguien le metió… Y vuela hacia arriba, y su melena
plateada se mueve con el viento…
Al rato, Melitón se vuelve un
punto, y al rato desaparece… Igual que han desaparecido tantos teatros, con sus
espíritus, sus recuerdos, y toda la magia que se quiera…
Eduardo Rodríguez Solís
(D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de
la revista Mester, del Taller de Juan
José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre
los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido
premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho.
Su obra de teatro Las ondas de la Catrina
ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York.
Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)