Sandro Botticelli: Primavera (detalle), tempera sobre panel Esta obra de arte se encuentra en el dominio público. |
Por Eduardo Rodríguez Solís
Él era un joven de larga
melena… Por las mañanas, cuando entraba a su baño se veía reflejado en un gran
espejo. Entonces pensaba que era un león de la selva, o algo así.
Se acercaba al espejo y gruñía,
como si fuera el emblema de la Metro Goldwyn Mayer. Levantaba luego sus manos y
se ponía como fiera que iba a atacar a un indefenso.
Brincaba como sapo y trataba de
asustar a quien se dejara. Pero no pasaba nada. El león desgreñado que era no
espantaba ni a los mosquitos.
Le gustaba ir a la playa, y le
encantaba pisar la arena. Y era para este león una delicia cuando el viento le
alborotaba sus cabellos… Se volvía entonces un sol, un astro verdaderamente
espectacular.
Una vez, al llegar a un
rompeolas, vio a una mujer hermosa. Parecía una modelo de Botticelli.
--No te me acerques –dijo la
mujer--. Si te atreves, me lanzo al mar.
Y como el joven de la melena
dio unos pasos hacia ella, la bella mujer se zambulló en el fresco océano.
Fue entonces cuando el joven
pudo ver una transformación. La mujer se volvía una sirena de verdad.
Y la hermosa aparición se unió
a un grupo de delfines que se iban mar adentro.
Los cabellos del joven se
levantaban y se iban para todos lados, y era fácil imaginar lo que pasaba en
aquella inquieta mente.
Uno se volvía delfín y se iba
detrás de la sirena. Y llegaban a unas rocas inmensas… Ahí estaba una caverna
que se llenaba y se vaciaba de agua salada.
La calma de aquella fortaleza
de piedras era una especie de nido amoroso. Ahí los reyes del lugar eran la
sirena y ese delfín que tenía cabellera de león.
El joven de los cabellos
alborotados regresó a su casa y se estuvo observando en el espejo gigante. Estaba
ahí solo, desamparado, y no sabía qué hacer.
Y el sueño hizo de las suyas.
Caminaba de nuevo en la playa.
Pisaba la arena mojada y a lo lejos se veía el rompeolas.
El movimiento se detuvo porque
alguien había arrojado una conchita.
Ese alguien era la mujer esplendorosa, la que se volvía sirena.
--¿Dónde andabas? –preguntó la
mujer.
--Andaba arrastrando mis
tristezas –dijo el joven de los cabellos largos.
--Si me amas, renuncio a ser
sirena –dijo la mujer.
Todos los colores cambiaron de tono. Del cielo
bajó una música suave y cadenciosa. Y la facha del joven desgreñado cambió.
Ahora, él era el príncipe de todos los cuentos. Y la mujer (que también era
sirena) se volvió la princesa del castillo encantado. La fábula amorosa se
empezaba a escribir.
Pero se escuchó el tam-tam de
un tambor, y una corneta anunció la llegada de algo especial.
Era un tropel de niños, que
llevaban globos de colores y corrían de izquierda a derecha. Gritaban todos de
alegría y de gozo.
Entonces las ilusiones se
desbordaron y todo llegó a ser como antes. Se experimentaba el despertar de la
primavera.
La mujer estaba de nuevo en el
rompeolas, y si te acercabas a ella, se tiraba al agua y se volvía sirena, para
luego nadar, como siempre, mar adentro.
Eduardo Rodríguez Solís
(D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de
la revista Mester, del Taller de Juan
José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre
los orígenes del hombre, Doncella
vestida de blanco y El señor que
vestía pulgas. Su cuento San Simón de
los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con
guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las
ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en
Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)
No comments:
Post a Comment