Por Eduardo Rodríguez Solís
Alguien interpretaba la “Samba de una sola nota”, de Jobim. Pero los
acordes sonaban como copas de cristal.
Y
por la ventana vi a una mujer joven, vestida de blanco, que estaba frente a un
instrumento musical. Era una extraña marimba que yo ya había visto en algún
circo… La pista estaba regada de aserrín dorado, y un payaso triste, pobrecito,
con los pantalones remendados, daba sus golpes con unos palitos a muchas
botellas colgadas, y llenas de agua.
Pero
esta mujer que yo veía por la ventana, golpeaba sus botellas de una manera muy
suave. Y bailaba y disfrutaba de esa música brasileña.
El
payaso hacía su música con agresividad, muy dueño de la situación, y esa mujer
que estaba del otro lado de la ventana, creaba su música con delicadeza, con
sensualidad.
Entonces me salí de la casa y me acerqué a la mujer.
Vi
entonces su rostro. Tenía la cara pintada de color aluminio y las sombras de
sus ojos eran moradas.
--¿Te gusta? Es lo único que me sé. Apenas si toco las botellas –me
dijo.
Al
lado de su instrumento musical estaba una vasija de barro, que tenía tres
patas. Estaba llena de agua y el líquido se le derramaba lentamente, por un
agujerito que tenía abajo.
Me
puse a ver este objeto por todos lados.
La
mujer dejó de tocar su música.
--Esto es una clepsidra. Un aparato fantástico. Mide el tiempo. Es un reloj.
A donde quiera que voy, va conmigo –dijo la mujer de blanco.
Dijo
entonces que la clepsidra fue el primer reloj que hubo en el mundo, y que en
Egipto todavía se usa. Su fabricación data de 1400 años antes de Cristo.
--¿Y
por qué viajas con la clepsidra? –le pregunté.
Y
dijo que siempre quería saber el tiempo. Y entonces me señaló unas marcas que
tenía el aparato.
Y
como sus ojos se me hicieron conocidos, y ella lo notó, me dijo que el primer
payaso que había visto tocando las botellas de agua, trabajaba en un pequeño
circo, en el pueblo de Tacuba.
--¿Se llamaba Zanahoria? –le pregunté.
Todo
comenzó a dar vueltas…Éramos niños y estaba yo mirándola, mientras el payaso
Zanahoria tocaba su versión de la “Samba de una sola nota”.
--Y
me regalaste una flor –me dijo la mujer.
--Era una pequeña rosa, color blanco –le dije.
Cuando la niña llegó a su casa con la flor, la puso en agua, en un
vasito que tenía forma de sirena. Y, luego, cuando se secó, la metió entre las
páginas de un libro de un poeta llamado Leopoldo Ayala.
Nos
quedamos en silencio, pero en nuestros adentros se escuchaba la música de
Jobim… Con una sola nota se alegraban los corazones.
Luego, hablamos de relojes de cuerda y engranes, y ella, con una ramita,
puso en la tierra el año en que esos nuevos mecanismos empezaron a medir el
tiempo.
--Año mil trescientos treinta y cinco, de nuestra era –le dije.
Y
cuando la bonita mujer dijo que alrededor de 1582, Galileo había estudiado la
posibilidad de incorporar un péndulo al reloj, yo grité muy fuerte y le dije
que dentro de la casa yo tenía uno de esos relojes.
Entramos y nos pusimos a contemplar ese aparato que estaba colgado en la
pared… Y dieron las doce de la noche y sonó el gong, repetidas veces.
Las
percusiones del gong se volvieron un vals muy suave, con la misma melodía de
Jobim.
Bailamos, llenos de felicidad. Caían las paredes
y aparecían secciones del jardín… Entonces, sin soltarnos de las manos, nos fuimos
hasta una fuente que tenía un gran número de ranas de cerámica por las cuales
brotaba el agua.
--Se
parece a la clepsidra –dijo la mujer de blanco.
Y
sí, era nuestra clepsidra, un bello instrumento que nos habían regalado los
dioses.
Entonces,
metimos los dos las manos a la frescura de la fuente, y mientras lo frío del
agua nos inundaba, la aparición de la bella mujer, con su marimba de botellas y
su fabulosa clepsidra, se esfumó… Lentamente…
Y al final, afuera de mi ventana, sólo quedó
el susurro del viento entonando la “Samba de una sola nota”.
Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y
novela. Fue el primer editor de la revista Mester,
del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre los orígenes del hombre, Doncella
vestida de blanco y El señor que
vestía pulgas. Su cuento San Simón de
los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con
guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las
ondas de la Catrina ha sido
representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive
y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)
Esa ilustración que le han colocado al relato es muy apropiada. Un cuento con toques de magia y fantasía necesita un buen adorno exterior. Cuando un relato está terminado hay que buscarle un buen vestuario. Pero hay que hacerse de un buscador inteligente y sensible. Qué bueno que el blog cuenta con eso.
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