Isabel Pérez: Sister Cat |
Por Eduardo Rodríguez Solís
Nosotros vivimos en casitas
blandengues, que tienen una plancha delgada de cemento, que viene a ser el
piso, que está casi a raíz de los pastos. Con el tiempo, el piso se ladea o se
fractura. Entonces hay que llamar a los especialistas que inyectan algo abajo,
para recuperar “lo plano original”.
Teniendo esa placa de cemento,
empieza la construcción de la vivienda y se hace una especie de esqueleto de
madera, señalándose bien los huecos de puertas y ventanas.
Luego, se hace un techo,
generalmente de dos aguas.
Después, se forran paredes y
techo. Las paredes, con unas placas de yeso y cemento, y los techos con láminas
hechizas de madera.
Las paredes tienen
recubrimiento de los dos lados.
Ah, y los techos se recubren
con unas láminas de material que tiene algo de arena mezclada con chapopote.
Cuando hay ventiscas que a
veces se vuelven tormentas horribles, los techos salen volando porque las
estructuras y el todo de éstos se fijan estúpidamente con clavos, en lugar de
tornillos con tuercas.
Hay que ver a un explorador que
anda por las montañas con su sombrero. Si su “hat” va nomás puesto, y llega un
vientazo, pues su sombrero se lo lleva el tren. Pero si su “hat” va agarrado a
la barbilla con una cinta, no pasa nada.
(Y cuando hay incendios, todo
se quema de lo lindo, porque nuestras casas tienen esqueletos de madera.)
Cuando vienen los fríos, como
el de ayer en la madrugada, se hace hielo en los techos, y se siente el frío en
los interiores de las casas. Es ahí cuando el aire caliente entra en acción, y
suben las cuentas del consumo de electricidad.
Hoy, en la mañana, salí con el
frío a alimentar los tres gatos que son nuestros y que viven afuera.
En la bodega, que tiene
puertita para gatos, estaba el gato vagabundo, grandulón, con cara de gángster.
Éste dormitaba como Sheik, en tremendo colchón redondo, “hecho para gatos o
perros”. En un rincón, aparte, estaba la hermana de este cabrón.
Acaricié a los dos, y la
maldita gatita me tiró una tarascada, y me hizo cuatro cortes en la palma de la
mano derecha. El corte de la extrema derecha fue profundo, y hubo que chupar
varias veces la herida. (La sangre no estaba dulce.)
Al frente de la casa, protegida
por el techo del garaje, estaba la mamá de los felinos. Ésta es una alma buena. No tira
tarascadas.
Cuando me metí a la casa, me apliqué alcohol en mis heridas y vi en un
rincón a la otra gata, que se llama “Mole”. Dormía placenteramente, con su
bonito aspecto de “plato de arroz con mole” (porque su pelambre es blanco en un
60%, con manchas negras y anaranjadas).
Me llené de energía al escuchar
el Concierto para (¿dos?) mandolinas de Antonio Vivaldi.
Miré el cielo y no pasó ningún
Boeing 787.
Todos estos aviones están ya
parados. Ya no vuelan. Les van a revisar una batería que se calienta y puede
producir incendios. Es una batería como las de las computadoras, pero grande.
En las computadoras, hay un ventilador que previene los posibles desastres. En
los 787 no hay ni un abanico.
Estos 787 no tienen estructura
y recubrimientos de metal, como las naves anteriores. Son puro plástico de
juguetería para ricos (material ideal para los incendios).
Eduardo Rodríguez Solís
(D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de
la revista Mester, del Taller de Juan
José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre
los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido
premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho.
Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en
muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en
Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)