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Por Eduardo Rodríguez Solís
Un niño abre los ojos al mundo y va haciendo su universo. Observa todo y va archivando datos en su cabecita. Poco a poco uno se va formando, pero esta metamorfosis es benigna cuando hay mucha colaboración de los padres. Y cuando el hombre huye de la escena del crimen, y la mujer se queda sola en el campo de batalla, las cosas tienen sus bemoles.
Ayer, dos niñas, casi dos ángeles, llegaron a visitarnos. Kathy de tres años y su hermana Isabella, de cinco. Kathy es parlanchina a morir. Es una cotorrita encantadora. Su hermana Isabella, es muy retraída, extremadamente silenciosa.
Yo les mostré una tortuguita, del tamaño de una moneda de a dólar. Kathy, con un dedo, la tocó. Kathy dijo, al ver a la tortuga en el agua, que ella sabía nadar. A Isabella le tenías que sacar las palabras con tirabuzón.
Ellas son hijas de un muchacho “nocrecido”. El hombre tiene alma de niño y su espíritu es todavía de teenager. La madre es dominante, y es la que lleva la batuta en la familia.
Hay otra niña que ha crecido como una torre. Ahora vive en California, cerca de San Francisco. Cuando chica, cuando tenía como ocho años, escribió en su diario: “March 8, 2005. I will trun 8.” En lugar de poner turn, colocó trun… En otra página, esta niña llamada Alicia, anotó: “March 9, 2005. I do nothno”. No hizo nada ese día.
Esta niña se ha desarrollado de milagro, gracias a los cuidados de las abuelas. Es un portento y tiene que llegar muy lejos. Su mamá, aunque vive, es inexistente para ella. Su padre, por andar en el surf marino, se quedó paralítico.
Otros sucesos curiosos, que hay que observar con buenos ojos, ocurrieron en las vidas de dos niñas que ahora son tremendas escritoras. Una vive en el Canadá y la otra en Cuernavaca. La muchacha del Canadá es hija de un director de orquesta sinfónica y de una pianista de concierto.
Un día, cuando esta niña era una pildorita, íbamos caminando por las calles de la ciudad de México, con una bolsa de lona que contenía una perrita salchicha. El animalito estaba bien dormido. Y se le advirtió a esta pildorita y a otra niña no decir nada de lo que llevábamos en la bolsa. Y así nos metimos en un restaurante, medio de postín. Ordenamos nuestra comida, y la pildorita, hoy canadiense, dijo en voz alta: “Señor mesero, no vaya a pensar que en esta bolsa roja traemos a una perrita dormida, ¿eh?”
La otra niña, que hoy vive en Cuernavaca (y que es mi hija), una vez escuchó una cosa, y tuvo un enredo en su mente.
En la ciudad de México, nosotros vivíamos en una zona muy popular. Estábamos en unos edificios multifamiliares (así les dicen). Nuestro nido estaba en el Edificio 57, Entrada B. Cerca de allí, había un centro comercial llamado Aurrerá, con tremendo estacionamiento para los autos. Y, en otro terreno, estaba un tendejón color azul, que era la Conasupo (una tienda con piso de tierra de la Comisión Nacional de Subsistencias Populares: Conasupo). Ahí, entre otras cosas te vendían leche muy barata, en bolsas de plástico. Muchos pobladores no se metían a comprar en ese tendejón. Le tenían miedo al “qué dirán”. Pensaban que ese lugar era para los muertos de hambre… Y ellos no eran de esa estirpe.
Yo decía: “Voy a comprar leche Conasupo.” Y me salía del departamento y regresaba con la leche. Y la niñita saboreaba ese producto de la vaca.
Una vez fuimos a un restaurante “elegantioso”, y la niña pidió un vaso con leche. Y cuando se lo sirvieron, preguntó: “Señor mesero, ¿esta leche tiene Asupo?”
Todos vivimos esa edad dorada, edad de cuento de hadas, edad de sueños y ensueños… Edad que se nos fue de las manos, en este torbellino de la vida moderna. Fuimos niños y algunos nos quedamos “nocrecidos”, pero la vida, bien o mal, siguió su camino.
A entender entonces el proceso del crecimiento. A tratar entonces de entender los recovecos del universo infantil. A considerar a los niños como seres completos, que están abriendo los ojos. A brindarles la ayuda que necesitan.
Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)
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